MIRE USTED POR DONDE CON LOS FLAMENCOS SÍ HA HABIDO FOTO
Ayer la ministra de Cultura, Angeles González-Sinde, y el presidente de la Junta de Andalucía, José Antonio Griñán coincidían, en señalar que "sobran" las razones para que el flamenco sea reconocido por la Unesco. "Hoy es un día en el que todos somos flamenco", destacó la ministra, para quien el arte jondo es "tradición pero también futuro", y resulta "insustituible como fuente constante de renovación y pureza". Por eso, en su opinión, es "necesaria" esta distinción con la que se asegura "el compromiso de España en la protección de esta manifestación artística, al tiempo que sirve de escaparate para mucha gente que todavía no lo conoce".
Un día antes Don Manuel Bohórquez, y digo Don porque es un hombre al que no le he leído ninguna tontería en su larga carrera, escribía estas líneas: "Los famosos del mundo no quieren nada con la Bienal de Flamenco. Ni siquiera los políticos, los de uno y otro bando, por no decir banda. ¿Han visto algún día en el festival a don Paulino Plata, el nuevo consejero de Cultura? No he tenido esa suerte. Estará muy liado con lo de la UNESCO. Me sorprende, sinceramente, que con lo que les gusta el arte flamenco a algunos músicos, directores de cine y teatro, cantautores, actores y deportistas españoles, se pierdan el acontecimiento jondo más largo e importante del mundo. ¿No será que no se enteran? Tampoco es que hagan mucha falta, sinceramente, pero suele quedar bien eso de ver entrar a un Almodóvar o un Banderas en el Lope de Vega, aunque sea sin pasar por taquilla. Mientras no vengan Belén Esteban y Fran Rivera, que se acerque quien quiera".
El flamenco ya tiene sus nuevos aficionados, "los políticos". Atrás quedaron los de verdad, como aquellos que relataba Lorca: "Una vez, la "cantaora" andaluza Pastora Pavón, La Niña de los Peines, sombrío genio hispánico, equivalente en capacidad de fantasía a Goya o a Rafael el Gallo, cantaba en una tabernilla de Cádiz. Jugaba con su voz de sombra, con su voz de estaño fundido, con su voz cubierta de musgo, y se la enredaba en la cabellera o la mojaba en manzanilla o la perdía por unos jarales oscuros y lejanísimos. Pero nada; era inútil. Los oyentes permanecían callados. Allí estaba Ignacio Espeleta, hermoso como una tortuga romana, a quien preguntaron una vez: "¿Cómo no trabajas?"; y él, con una sonrisa digna de Argantonio, respondió: "¿Cómo voy a trabajar, si soy de Cádiz?" Allí estaba Eloísa, la caliente aristócrata, ramera de Sevilla, descendiente directa de Soledad Vargas, que en el treinta no se quiso casar con un Rothschild porque no la igualaba en sangre. Allí estaban los Floridas, que la gente cree carniceros, pero que en realidad son sacerdotes milenarios que siguen sacrificando toros a Gerión, y en un ángulo, el imponente ganadero don Pablo Murube, con aire de máscara cretense. Pastora Pavón terminó de cantar en medio del silencio. Solo, y con sarcasmo, un hombre pequeñito, de esos hombrines bailarines que salen, de pronto, de las botellas de aguardiente, dijo con voz muy baja: "¡Viva París!", como diciendo: "Aquí no nos importan las facultades, ni la técnica, ni la maestría. Nos importa otra cosa". Entonces La Nina de los Peines se levantó como una loca, tronchada igual que una llorona medieval, y se bebió de un trago un gran vaso de cazalla como fuego, y se sentó a cantar sin voz, sin aliento, sin matices, con la garganta abrasada, pero... con duende. Había logrado matar todo el andamiaje de la canción para dejar paso a un duende furioso y abrasador, amigo de vientos cargados de arena, que hacía que los oyentes se rasgaran los trajes casi con el mismo ritmo con que se los rompen los negros antillanos del rito, apelotonados ante la imagen de Santa Bárbara. La Niña de los Peines tuvo que desgarrar su voz porque sabía que la estaba oyendo gente exquisita que no pedía formas, sino tuétano de formas".
Un día antes Don Manuel Bohórquez, y digo Don porque es un hombre al que no le he leído ninguna tontería en su larga carrera, escribía estas líneas: "Los famosos del mundo no quieren nada con la Bienal de Flamenco. Ni siquiera los políticos, los de uno y otro bando, por no decir banda. ¿Han visto algún día en el festival a don Paulino Plata, el nuevo consejero de Cultura? No he tenido esa suerte. Estará muy liado con lo de la UNESCO. Me sorprende, sinceramente, que con lo que les gusta el arte flamenco a algunos músicos, directores de cine y teatro, cantautores, actores y deportistas españoles, se pierdan el acontecimiento jondo más largo e importante del mundo. ¿No será que no se enteran? Tampoco es que hagan mucha falta, sinceramente, pero suele quedar bien eso de ver entrar a un Almodóvar o un Banderas en el Lope de Vega, aunque sea sin pasar por taquilla. Mientras no vengan Belén Esteban y Fran Rivera, que se acerque quien quiera".
El flamenco ya tiene sus nuevos aficionados, "los políticos". Atrás quedaron los de verdad, como aquellos que relataba Lorca: "Una vez, la "cantaora" andaluza Pastora Pavón, La Niña de los Peines, sombrío genio hispánico, equivalente en capacidad de fantasía a Goya o a Rafael el Gallo, cantaba en una tabernilla de Cádiz. Jugaba con su voz de sombra, con su voz de estaño fundido, con su voz cubierta de musgo, y se la enredaba en la cabellera o la mojaba en manzanilla o la perdía por unos jarales oscuros y lejanísimos. Pero nada; era inútil. Los oyentes permanecían callados. Allí estaba Ignacio Espeleta, hermoso como una tortuga romana, a quien preguntaron una vez: "¿Cómo no trabajas?"; y él, con una sonrisa digna de Argantonio, respondió: "¿Cómo voy a trabajar, si soy de Cádiz?" Allí estaba Eloísa, la caliente aristócrata, ramera de Sevilla, descendiente directa de Soledad Vargas, que en el treinta no se quiso casar con un Rothschild porque no la igualaba en sangre. Allí estaban los Floridas, que la gente cree carniceros, pero que en realidad son sacerdotes milenarios que siguen sacrificando toros a Gerión, y en un ángulo, el imponente ganadero don Pablo Murube, con aire de máscara cretense. Pastora Pavón terminó de cantar en medio del silencio. Solo, y con sarcasmo, un hombre pequeñito, de esos hombrines bailarines que salen, de pronto, de las botellas de aguardiente, dijo con voz muy baja: "¡Viva París!", como diciendo: "Aquí no nos importan las facultades, ni la técnica, ni la maestría. Nos importa otra cosa". Entonces La Nina de los Peines se levantó como una loca, tronchada igual que una llorona medieval, y se bebió de un trago un gran vaso de cazalla como fuego, y se sentó a cantar sin voz, sin aliento, sin matices, con la garganta abrasada, pero... con duende. Había logrado matar todo el andamiaje de la canción para dejar paso a un duende furioso y abrasador, amigo de vientos cargados de arena, que hacía que los oyentes se rasgaran los trajes casi con el mismo ritmo con que se los rompen los negros antillanos del rito, apelotonados ante la imagen de Santa Bárbara. La Niña de los Peines tuvo que desgarrar su voz porque sabía que la estaba oyendo gente exquisita que no pedía formas, sino tuétano de formas".
Mientras el toreo sigue hablando, el último ha sido José Luis Lozano: "Las competencias de Cultura están traspasadas casi en su totalidad a las autonomías, así que no tengo muy claro lo que interesa. Lo que sí que interesa es difundir, desde todos los ámbitos posibles, que el toreo es cultura". "Y deberíamos fijarnos más en cómo se gestionan algunos deportes como el fútbol, el baloncesto o el atletismo, que están federados y cuentan con todo tipo de comités que velan por el buen funcionamiento del espectáculo al mismo tiempo que lo protegen de cualquier tipo de ataque". Por ahí van los tiros Don José Luis...
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