lunes, 17 de noviembre de 2014

LIDIA.Cuento de Gilberto Arriaza.

Para Miguel de Jaén
Cuento
Miguel José García podría competir, si quisiera, en elecciones a cualquier puesto publico y podría fácilmente ganar. Es tan popular que su nombre se ha convertido en slogan, uno que invoca flamenco y toros, las dos actividades más grandiosas en la región. Como resultado de la fusión del deletreo de la inicial “M” y de la inicial “J” le llamaban Emejota, o simplemente Emejó, con acento lleno en la final “o”,
El sábado en que se celebraba el Día de la Cruz en el pueblo, Emejó y yo salimos a las ocho en punto de la casa frente al mar. La mañana era esplendorosa y límpida. Llegamos cuando ya habían pasado más de treinta minutos en que el camión tráiler había sido estacionado junto al corral. Estábamos en la parte trasera de la redonda plaza de toros donde las corridas de las fiestas empezarían esa misma tarde.
Al llegar Emejó saludó a todos y cada uno de los hombres congregados en la puerta metálica de la entrada. Lo esperaban ansiosos. Subimos con ellos las escaleras de la plataforma de aluminio, que se elevada en medio de los corrales. Desde allí observamos cada toro salir del camión tráiler. Dos hombres levantaban una rejilla lateral del camión tráiler y conminaban a cada toro a salir y dirigirse por un túnel estrecho, hasta la puerta de entrada del corral principal. Al llegar al corral, cada toro recibía un chorro de agua disparada desde la plataforma por un hombre que manejaba la manguera. Mientras les disparaba el chorro de agua les daba órdenes de tranquilizarse, como quien le ordena a un niño a calmarse. Pero los toros insistían en bufar y patalear. Emejó me explicó que al momento de llegar a la plaza de toros desde la finca de origen, un toro perdía un promedio de cien libras. Eso los hacía más ligeros de movimiento en la lidia. Aunque les dieran todo el pasto del mundo antes de su encuentro con el torero en el ruedo, nunca podrían recuperar el peso original. “Eso loj hace muy peligrosoj,” concluyó.
Observando los toros desde una esquina solitaria de la plataforma estaba Pepe Montes, la estrella de la corrida de esa tarde. Emejó hablaba con él sobre algo que tenía que ver con los animales y la lidia que se aproximaba, ya que hacía gestos en el aire con ambas manos, los que semejaban movimientos estilizados de flamenco. Me llamó con ese movimiento de manos, como echándose aire al pecho, hacia donde ellos platicaban. Me presentó con Pepe Montes, quien extendió sus manos sedosas, mirándome directo a los ojos con los suyos verdes, lánguidos, enmarcados en una cabellera rojiza y una cara dulce, ovalada. Pepe muy bien podría pasar de maestro de escuela, donde la textura de las cosas más duras es la de la tiza de pizarra, o bien de cirujano que no ha tocado nada áspero en su vida. Mi sorpresa sobre sus manos suaves tenía que ver con que hasta entonces pensaba que un torero, naturalmente, me sacudiría del brazo a los hombros al saludar y que estrujaría mis manos de escritor con los callos y quebraduras de unas manos acostumbradas a lazos, sillas de montar, caballos, cuernos y enfrentamiento constante a los toros y la muerte.
Aparte de las maneras urbanas, que más suelen asociarse con burócratas que con hombres cuyo oficio es arriesgar la vida, quizás lo más impresionante de Pepe Montes era su voz melodiosa y delgada.
“Encantao,” me dijo. “Pepe Montej.” No quitó sus ojos de los míos y su mano prendida de la mia se quedó ahi, fija, como ansiosamente esperando mi respuesta. Esa fracción de segundo me supo a minutos y pensé que el hombre vivía en otra esfera de la realidad.
“Manolo Zabieta,” balbuceé, “de Prensa Latina cubriendo su debut como el número uno de los toreros jóvenes de Granada.” El, impávido me seguía cada expresión con sus atentos ojos. Emejó nos dirigió la atención a los monstruos que resoplaban bajo nuestros pies, en el rectángulo húmedo, de tierra suelta.
“Creo que el trej y el siete prometen . Se lej ve buenaj delanteraj y buen porte. Aunque el treje, el canelillo aquel, no ejtoy seguro como je va portar ya en el ruedo.” Dijo Emejó.
“Pongamoj eje canelillo en la lijta,” pidió Pepe Montes, “Nunca se sabe; noj puede dar un buen jaleo, hombre.”
“Se le ve un poco dojil, aunque se lo puee cargar a uno en calquier momento,” asintió Emerjó a la vez que tomaba nota del pedido.
Nos retiramos hacia un espacio, cerca de la entrada a la arena, reservado para la selección del orden de los toros en la lidia. Cada animal tenía un número y participaban cinco preseleccionados. Un asistente del Presidente de la Arena de Toros, escribía los números en un pedazo de papel, el que doblaba y ponía en el hueco de la copa de un sombrero de picador. Luego de mezclarlos, le dieron el turno a cada uno de los toreros y sus respectivas cuadrillas a sacar uno de los papeles de la copa volteada del sombrero. Pepe Montes seleccionaría de primero, ya que era el torero número uno para la corrida de esa tarde.
Metió su mano blanda y pálida en el hueco y sacó un número. Le salió el dos, un toro prieto cuyas ancas le brillaban como espejos bajo el sol. Cuando lo habíamos visto en el corral me había parecido brutalmente hermoso. En cuanto lo pusieron en el recinto donde estaban ya dos, lo primero que hizo fue patear la tierra con ahínco, y correr con la cabeza baja hacia otro, también prieto, quien lo esperó con un porte erguido y desafiante. Lo embistió con el centro de la cabeza, sin usar los cuernos. Lo aventó varios metros hacia una de las paredes. Al recuperarse, el ofendido simplemente se sacudió el polvo y trotó hacia una esquina, lejos del agresor. Los demás toros sabían muy bien el significado de aquella acción y se fueron retirando, poco a poco, hasta dejar al prieto agresor solo, en total control territorial.
Emejó y yo nos fuimos de vuelta a casa. La toreada comenzaba a las siete de la tarde.
II
La arena vibraba al ritmo de los paso dobles que emergían del centro de la sección de sombra. El crescendo de las conversaciones múltiples rebotaban de lado a lado de la barrera, inundándolo todo, como ríos invisibles. La risa y el alborozo de los niños buscando sus asientos complementaban la espera festiva del espectáculo que se aproximaba. Toda aquella algarabía envolvía una incógnita que sabíamos se resolvería con la muerte segura de cinco toros, pero sin ningún predictor sobre la suerte de los toreros titulares y sus cuadrilleros.
En el ruedo ya está la cuadrilla de Pepe Montes, el primer torero,. La banda sigue feliz con los paso dobles. Dos andadores andaluces han salido al centro del ruedo, haciendo maromas estilizadas al mando de diestros jinetes. Esta es una corrida sin picadores y la presencia de los andaluces abre formalmente la lidia de la tarde. Salen los dos caballos de vuelta hacia los chiqueros y entran dos mulas arrastrando un arnés de cadenas y tres hombres que las manejan. Ese es el equipo que sacará del ruedo a los toros muertos. Corren en torno al círculo del ruedo y salen con la rapidez que entraron. En ese instante un hombre sale al medio del ruedo con una pancarta enorme. Es el anuncio de que el primer toro está por salir.
La plaza cae en un súbito silencio. Se abre el portón de los chiqueros y sale bufando el toro prieto, De mi puesto en la barrera casi puedo tocar el hombro del torero asistente. Puedo también ver en sus ojos una profunda preocupación. El torero me parece en ese momento un vulnerable estudiante de arte, tratando de entender a su modelo inquieto. No se le escapa de la vista ningún movimiento del toro enfurecido. Sigue atentamente cada corneada del mamífero al aire, los golpe de sus pezuñas macizas al suelo, como castigándolo. Cada músculo de su enormidad se ve tenso y poderoso. La dirección de la mirada del torero viaja como dardos hacia el animal hirsuto. Detrás del toro flota una leve estela de polvo pardo, marcando su recorrido.

El torero frente a mi sale de su albergue en la barrera. Llama al toro como quien llama a una mascota – “hey, hey., hey, venga!, venga!”. Levanta la capota rosada con sus dos brazos cubiertos de filigrana plateada, lleno de piedras preciosas y lentejuelas que reflejan el brillo del sol. El toro finalmente hace contacto con su mirada. Lo ve fijamente, y baja la cabeza como alistándose a embestir, pero se queda inmóvil. El hombre de las luces lo llama de nuevo – “eje!, eje! Vamoj toro, venga, venga!” Pero el toro simplemente lo observa con detenimiento. Resopla. El torero mueve sus hombros hacia arriba, sacude la capota y camina directamente hacia él. De los brazos y pecho le sigue saltando una lluvia plateada, salpicando la arena con su luz. La capota rosa se eleva y baja, se eleva y baja, siguiendo el ritmo pausado de los brazos de plata del torero. El toro lo sigue viendo con estudiada atención. En un instante, y sin que nadie en los graderíos lo esperara, embiste contra el capote rosa. El torero lo esquiva y sigue la trayectoria del toro con un movimiento ondulante de la capota y con su cuerpo que se achica. El toro pasa veloz y hunde sus cuernos en el aire.
El bovino se vuelve inmediatamente en un radio muy estrecho y parte raudo en busca del origen de la cosa rosada y la ensarta con sus puntudos cuernos. Mas otra vez, su esfuerzo se difumina en el vacío. El torero se aleja a pasos agigantados a su refugio en la barrera. De una esquina de sus ojos el toro lo logra ver y va tras él; por una fracción de segundos lo pierde y lo único que le queda es descargar su furia contra el tablado del refugio. El público grita, y aplaude victorioso. Se oye un suspiro de alivio por todos los graderíos.
Mientras tanto otros dos toreros han salido al ruedo y llaman al toro prieto para distraerlo, provocándolo, conminándolo a que les haga a ellos lo mismo. El toro cautelosamente se acerca a uno de ellos, también de traje plateado. Se dispara a gran velocidad hacia el capote rosa. El torero se lo extiende como una alfombra en el aire y el toro embiste la tela. El hombre de plata corre a su refugio. El toro, frustrado lo sigue y logra golpear la madera y acuchillear algo invisible en el aire. El primero de los toreros espera con las banderillas en uno de los costados del ruedo. Conmina al toro y éste lo embiste. El hombre lo evade y salta casi a la altura del animal y le clava las dos banderillas en la zona de las patas delanteras. El toro mueve con furia su enorme cabeza, estirando el cuello, vanamente tratando de quitarse las banderillas. Un hilo de sangre corre por su pecho y pareciera que la herida lo ha vuelto más violento.
Una nueva voz, lo llama al centro del ruedo y el toro vuelve lentamente su enorme hermosura en su dirección. Un hombre de traje dorado y pantaloncillos azules pegados a la piel como medias de seda, lo espera con una capota roja.
Los rayos iridiscentes del sol rebotan en las lentejuelas doradas y los falsos amatistas y rubíes del traje. Los pantaloncillos azules se le ciñen al cuerpo y terminan atados a sus medias altas, rosadas. Lleva puestas unas zapatillas negras, como bailarín listo para un recital de un pas de deux preparado por Phillip Glass. Llama al toro insistentemente. De pronto el toro se dispara tras la tela roja; pareciera que el color y los movimientos de la capota lo hipnotizan porque de inmediato se da vuelta y vuelve a embestir.
El hombre de oro da medias vueltas y lo deja pasar, posándole la capota sobre la cara y los cuernos por breves instantes. Provocado por la tela roja el animal se contorsiona y vuelve y pasa en continuos movimientos semicirculares, insólitamente rápidos.
El toro ataca la tela roja con tal ferocidad que no deja dudas de sus intenciones. Una y otra vez se la lleva sobre la frente y los cuernos, inútilmente corneando el aire. Pepe Montes no le quita la vista de encima, ni siquiera por un mínimo instante. A una señal del diestro la banda empieza a tocar un paso doble en tono ceremonial. El público revienta en olés y aplausos. Pepe Montes camina directamente hacia al toro que resuella pesadamente. Ambos se detienen, a muy corta distancia. De pronto el torero baja la capota, le da la espalda al animal y camina hacia su albergue. El toro se queda inmóvil. De nuevo el público le grita alabanzas y le aplaude desenfrenadamente.
Pepe Montes sale prontamente y se dirige hacia el toro que sigue paralizado. Esta vez lleva una manta roja pequeña. Llama al toro con lentos movimientos de la manta. El toro embiste hundiendo la cabeza en el rojo de la tela. Pasa y vuelve de nuevo a lo mismo. El torero lo provoca y el toro transita clavándose en el vacío con asidua exactitud. El torero se le va acercando cada vez más hasta casi dejar que el toro le rose los pantaloncillos azules cada vez que embiste la muleta. De pronto e inexplicablemente los graderíos caen en completo silencio. En un estudiado movimiento el torero se torna en u, se hinca sobre la rodilla derecha y llama al toro. La embestida no se hace esperar, pero el hombre ha calculado la distancia de pocos centímetros entre su torso y el paso de los afilados cuernos. Esto se repite dos veces más; ahora el hombre de luces doradas pone su otra rodilla al suelo, como listo para una oración. Pepe Montes ve al toro por unos instantes y se da vuelta de rodillas, dándole la espalda a aquella inmensidad de músculos y cuernos. El público revienta en aplausos. La banda toca mas fuerte y los olé suben y bajan de intensidad por toda la arena, al ritmo de paso doble
III
Cuando el Presidente de la Arena había iniciado la selección de los toros ente los toreros y sus cuadrillas la mañana de la corrida, uno de los toreros y su cuadrilla habían llegado un poco tarde. El equipo a cargo de la ceremonia los había esperado casi una hora. Al llegar al recinto habían hecho una entrada de realeza indisputable. Los cuadrilleros caminaban a corta distancia de su torero, quien vestía un suéter sin mangas, hacienda gala de sus bíceps. El suéter amarillo llevaba en la espalda, en letras color negro en forma circular, el nombre “escuela taurina los luceros”. El cuello del suéter era más grande de lo normal y lo llevaba parado, al estilo de los rebeldes sin causa de los clubs de Harley Davidson de la década de los sesenta. El peinado del torero caía en un medio túnel sobre la frente a la Elvis. Llegó, sólo saludo al Presidente y después de sacar su número de la copa del sombrero, salió sin decir adiós, con sus dos cuadrilleros siguiéndolo por atrás.
Le había tocado el toro que, según Emejó, “ejta un poco pasadillo en peso, maj nuca je sabe. Uno dejtoj te puede dar una buena sorpresa y te carga, coño.” En la tarde el torero de Los Luceros torearía de tercero el toro más grande de todos.
El público en los graderíos hablaba y festejaba al ritmo de Ve-ro-ni-ca, olé! Salió de la puerta de los chiqueros el mismo hombre con el estandarte, anunciando la próxima lidia, como ya lo había hecho dos veces antes. Salió y calló la música y un denso silencio ocupó la arena. El público, expectante, lanzó un suspiro de terror colectivo al ver salir una masa de músculos que se movía como una mancha de sombras bravas.
Uno de los toreros asistentes salió de su barrera defensiva y llamó al toro y se detuvo a dos pasos de la defensa. Con la parte superior de la capota en los dientes y una mano arreglándose la montera negra lo invitaba, lo provocaba a que envistiera. Finalmente, con ambas manos moviendo la tela rosa de arriba para abajo, dio varios pasos más hacia donde el toro permanecía erguido, viéndolo todo con detención, como tomando notas del entorno. Sin ofrecer ningún aviso o señal, el toro abruptamente embistió con toda su corpulencia aquel capote rosado. El torero, sorprendido, logró esquivarlo y el animal pasó a gran velocidad hundiendo sus cuernos en la tela y el aire. Se volteó con la misma velocidad y de nuevo las dagas de sus cuernos se hundieron en el aire. El torero aprovechó ese instante para correr a su refugio y así dejar que otro de los toreros plateados de la cuadrilla, distrajera a la sombra negra que ya se había posesionado del medio del ruedo.
Después de un par de suertes el segundo torero plateado se esfumó en su refugio. Quedó el toro solo frente al torero en traje de oro y pantaloncillo azul, como le corresponde a los toreros titulares. Era el de la casa taurina los luceros. A la luz de los rayos del sol en el ocaso, el traje le brillaba en un tono de oro viejo. El titular se movía con la gracia y drama de los tablados de rumbas y tangos, esquivando las cuchilladas del toro. El animal tiraba fuerte a la muleta roja, el torero lo atraía y lo veía pasar a centímetros de distancia de su cintura. El animal, hendiendo su furia en la muleta y el vacío, no cejaba. De pronto el toro dio una vuelta inesperada a tan alta velocidad que sorprendió al torero de los luceros. Escuchamos de inmediato un aullido de dolor agudo repetirse por toda la arena.
El torero en el suelo se lamentaba, gritaba de dolor. Saltaron todos los toreros de todas las cuadrillas y los otros toreros titulares a distraer al toro, a alejarlo del torero tendido en el suelo envuelto en agudas quejas. Los toreros de su cuadrilla lograron levantarlo y llevarlo a la sección de sol, alejado de la furia prieta que había quedado embistiendo a los demás. Un equipo médico lo evacuó al hospital local. Mucha gente de los graderíos le gritaba “asesino” al toro. El momento en que Pepe Montes salió de nuevo al ruedo se dejó escuchar una ovación total. Alguien grito “mata a eje toro asesino, Pepe”, Otros pedían revancha “Mátalo por haberse cargado a Grande, coño”
Durante varios minutos Pepe Montes jugó con la inmensidad del toro prieto, como lo había hecho con el primero de la tardeada. Al llegar el momento de poner la espada en la muleta roja, volvieron los gritos de condena contra el inmenso toro que había herido a Grande, el de los luceros. Luego de varias suertes vino el estoque certero a la altura de la yugular y el corazón. El toro trastabilló, intentó varias cornadas al aire y fue perdiendo balance. De pronto cayó a tierra con un golpe del tamaño de su cuerpo enorme. Uno de los auxiliares se acercó cuidadosamente donde yacía. Primero lo tocó en un cuerno y el toro apenas pudo levantar unos centímetros su enorme cabeza. El hombre entonces extrajo la espada y se la ofreció a Pepe Montes quien la uso para cortarle las orejas al toro. Luego en una carrera lenta comenzó a darle una vuelta al ruedo, tirando besos con una mano y mostrando las orejas del toro con la otra. El público le respondía con un entusiasmo al borde de una locura colectiva.
Del modo que lo hizo con cada toro que desocupaba la arena muerto y arrastrado por las dos mulas, Emejó se retiró hacia la puerta del chiquero para certificar que la muerte del toro había sido limpia y que llenaba todos los requisitos de higiene. Al volver a la barrera donde los demás técnicos y yo estábamos, en tono pesaroso trajo noticias sobre Grande – había sido corneado en el hombro y concluyó, “no ej tan grave, por la madre de Dioj . Le quebró la clávícula naa maj.”

sábado, 31 de mayo de 2014

EL ARTE NO TIENE HORA. FERIA DE CÓRDOBA



"Ferrera sacó la casta y algo más. Muy en corto, y muy cruzado, se explayó en un toreo lento y largo, con unipases excelsos. O sea, raza y gusto. Ni la espada ni el descabello hicieron justicia con el maestro.
Sí en cambio con Curro Díaz, una clase de torero en vías se extinción. No parecía que el quinto, un ropero de 600 kilos, fuese a permitir nada, pero Curro le pisó el terreno y el de González rompió a bueno, con fijeza y claridad. Su matador lo bordó en un toreo de soberbio estilo, con compás, con aroma, con sabor en naturales y redondos, siempre despacioso, pero a cámara lenta en los de pecho. Y de primor en los ayudados, trincherillas y demás detalles de torero caro. La estocada fue inapelable y cortó una oreja, pero mereció las dos. Al salir de la plaza vimos el autobús de Morante con su slogan: "el arte no tiene miedo ". Ni hora. A Córdoba llegó 24 horas antes. Y venía de Linares."

Por Álvaro Acevedo

sábado, 24 de mayo de 2014

EL RITO


Vértigo, mucho vértigo e intensidad. La muerte del novillero Luis Miguel Farfán y del forcado Eduardo del Villar, la mandíbula destrozada de Castella, la femoral partida de David Mora, las cogidas de Nazaré y Fortes, evidencian una única verdad, esto de los toros es para gente muy especial, con un sentido de la vida muy diferente al del resto de los mortales.

Hay en el mundo del toro, una ceniza acumulada que estos acontecimientos han venido a remover, todos esos lodos que traen empresas endogámicas sin recursos para actualizarse en este siglo, así como pretendidas figuras en donde el veto prevalece sobre los verdaderos éxitos en el ruedo.

La grandeza del toreo, siempre ha residido en su más intima conexión con la muerte, la que siempre nos persigue a todos y muchos no quieren ni oírla. Y en el toreo eterno, el de templar con un valor para sortearla, como ayer hizo Perera, frente a un Juli y un Manzanares hijo, más cerca de la bisutería que de la orfebrería que exige este rito.

sábado, 17 de mayo de 2014

DOS LOCOS A SU AIRE


Los locos viven en muchos mundos
y los cuerdos sólo viven en la tierra

miércoles, 7 de mayo de 2014

TOMAS PAVÓN


Hay un hombre entre los hombres que disimula con altivez una leve cojera congénita. Mientras los sátiros devoran con ansias el alcohol y la carne de las pobres lumiascas, haciendo un hueco en el tempo de la fiesta, entre los fandanguillos del Bizco Amate y las bulerías de Manuel Vallejo, él bebe leche pues su hígado es delicado. Cuando llega su turno, el último de la noche normalmente, el que llaman Príncipe de la Alameda, vuelve las tornas del aire, araña las fatigas del vómito y como un sacerdote de Eleusis suelta por su boca oscuros oráculos de muerte:

Reniego yo de mi sino
Como reniego de la horita
En que te he conocío.

Fin del rito, fin de la fiesta. De su voz en estas noches no queda ningún registro, una pocas grabaciones que le sonsacó su hermana. Él sólo quiere acabar la noche, escuchar los dormidos pájaros del alba y darle dos besos a Reyes, su mujer. La única que amó. Era Tomás Pavón. Quiero creer que Lita Cabellut lo pudo haber conocido en sus sueños para retratarlo.

martes, 15 de abril de 2014

1973 FLAMENCO EN VENA

La espectacular Merche Esmeralda con el Chato cantándole por siguiriyas y Manolo Sanlucar a la guitarra. Por qué te fuiste de mi vera sin apelación ahora me vienes porque me vienes que hincaíta de rodillas pidiéndome perdón Soberbios los tres.

sábado, 5 de abril de 2014

CARACOLEANDO

El gran cantaor Manolo Caracol, nacido en la Alameda de Hércules, centro por antonomasia del flamenquismo sevillano, ha sido quizás el cantaor con más parentela artística, flamenca y taurina, de toda la reciente historia del arte flamenco. De él se ha dicho que era tataranieto de El Planeta, biznieto de Enrique el Gordo Viejo, y de Curro Durse; nieto de El Águila, padre de Caracol 'el del Bulto', que fue su progenitor y del que heredó el apodo; sobrino nieto del torero Paquiro y de Enrique el Gordo, de Rita Ortega Feria, sobrino de El Cuco y primo de El Almendro -aquél del que se cantó "cuando el Almendro torea / la plaza se bambolea"- y primo, también, de la recitadora Gabriela Ortega; entre toda una legión de cantaores, toreros y bailaoras de lo mejorcito del siglo XIX y parte del XX. Pero lo mismo que Caracol nació en Sevilla, pudo haber nacido en Cádiz, ya que de aquí eran la mayoría de sus célebres parientes. La dinastía gaditana de Caracol, lo mismo que su dinastía gitana eran más que archisabidas y de ahí su simpatía y cariño indudable por esta tierra, en la que contaba con tantos partidarios. Pero hay una historia que muy pocos saben y nosotros vamos a desvelar, contando con lo que su prima la recitadora Gabriela Ortega dejara dicho en un libro, muy poco conocido, que esta mujer publicó en Sevilla, en 1996, titulado Dinastías toreras de Andalucía. Resulta que sin restar ni un ápice a su gitanería, Manolo Caracol no era gitano por "tó los cuatro costaos", porque uno de ellos era montañés. Cosa inevitable en Cádiz, donde tantas y tantas buenas familias montañesas echaron raíces, e incluso entroncaron con familias de la más pura raza gitana, como le pasó a Gabriela Díaz, hermana de los matadores de toros Manuel y Gaspar Díaz Lavi, de la que se enamoró José Ortega 'El Chicuco', banderillero de su hermano Manuel, que había nacido en Santander en 1810, casándose con ella en 1827. Textualmente, la autora dice en su libro: "José Ortega no era gitano, era castellano" y por ello "los gitanos del barrio de Santa María le cantaban a Gabriela Díez esta copla: "Por la chamarra de sea / te fuiste de la cabeza; / siendo tú gitana pura / te volviste montañesa". Y de este matrimonio de montañés y gitana de Cádiz, nacieron cuatro hijos y una hija, saliendo todos los varones banderilleros como el padre y, además, muy buenos cantaores, como la gente de la familia materna. El más famoso, como tal, sería Francisco Javier Ortega Díaz, apodado 'El Cuco', que toreó en las cuadrillas de sus tíos los 'Lavi', en la del Chiclanero, en la de El Tato y en la de Frascuelo; siendo quien llevara a Madrid el cante por caracoles y una letra que él compusiera y que don Antonio Chacón haría famosa años más tarde: "Vámonos, vámonos / al Café de la Unión / donde paran Curro Cúchares / El Tato y Juan León". La sangre gitana y gaditana le venía a Caracol por sus antepasados los toreros 'Lavi', que eran Díaz de primer apellido, y Cantoral, de segundo, por ser hijos de la famosa cantaora gaditana María la Cantorala y, por lo tanto, gitanos del barrio de Santa María; y no por los Ortega, oriundos de la Montaña, como siempre se ha creído; atribuyéndole a este apellido una raíz gitana que no tiene, en este caso concreto. Curiosa historia que la gran Gabriela Ortega narró con todo lujo de detalles en un libro insólito y prácticamente desconocido, donde nos habla en profundidad de las más fecundas dinastías toreras de la región andaluza. No nos cabe duda de que Manolo Caracol, el que fuera uno de los mejores cantaores gitanos del siglo XX, por su sangre tenía más de gaditano que de sevillano, a pesar de haber nacido en el barrio de las Lumbreras; y tampoco nos cabe duda de que su afición a los toros le venía por la misma razón; así como su amistad con grandes toreros, como Manolete, Gitanillo de Triana, su pariente Rafael el Gallo, Paco Camino, y tantos otros. Para muchos aficionados, Caracol fue el mejor cantaor gitano, después de Manuel Torre, y su voz 'afillá' considerada la más flamenca de todas las que se han escuchado, en el pasado siglo. Indudablemente, también debió influir, en ello, su dinastía gaditana.

domingo, 23 de marzo de 2014

EL CAMINO DE LOS GITANOS

La paradoja de las minorías: dibujan un contexto social diferente, convierten en reales las utopías del imaginario popular... pero viven ancladas en un estereotipo condicionado por su tamaño. La historia del pueblo gitano en España relega a esta minoría, la más antigua, más numerosa y más representativa de nuestro país, a un par de tópicos recurrentes. El asistencialismo social, el folclore pintoresco, un niño de mirada desafiante y Camarón con el cuello como una bomba atómica. El experto Juan de Dios Ramírez-Heredia lo apunta en un texto que forma parte del catálogo de la exposición 'Vidas Gitanas': solo habrá un cambio de percepción de la cultura gitana cuando se junten dos premisas, «la voluntad manifiesta de los propios gitanos de superar siglos de separación» y el hecho de que los medios de comunicación «no difundan informaciones que puedan crear o fomentar una imagen de los gitanos que no se corresponde con la real». Que aunque un hombre sin vicios tiene muy pocas virtudes... los gitanos no son maleantes con corazón de artistas. La muestra, que puede verse hasta el próximo 4 de mayo en el Centro del Carmen de Valencia, está organizada por Acción Cultural Española, Fundación Instituto de Cultura Gitana y el Consorcio de Museos y está comisariada por Joaquín López Bustamante y Joan Manuel Oleaque. Según el director del Instituto de Cultura Gitana, Diego Fernández, la muestra que llega a hora a Valencia es «la más completa de todas», superando a otras en Budapest, Viena, Lisboa, Granada o Madrid. La cultura gitana en Valencia, en la Comunidad, está fuertemente arraigada. De hecho, el propio Oleaque, profesor de la Universidad Internacional Valenciana (VIU), data en 1460 la llegada de los primeros gitanos a la Comunidad, a través de Castellón, y marca como procedencia original la India, donde se dispersaron por la antigua Persia y Asia Menor hasta desplazarse hacia toda Europa, llegando a España en la primera mitad del siglo XV y en la segunda mitad hasta la Comunidad. Más de 50.000 gitanos viven en las tres provincias. Valencia es tierra propicia, «tierra de fuego», de magia «que impregna el misterio», según Oleaque. Aunque la exposición tira menos de datos y apuesta por el legado cultural. Por un lado, recoge algunos de los documentos históricos más relevantes de los siglos XV al XVIII que marcan el paso del pueblo gitano por España. Por otro, «una mirada al romanticismo y a la influencia de lo gitano en la creación artística», según apuntan desde el Centro del Carmen, a través de grabados y fotografía antigua, procedentes de diversos museos y colecciones particulares. Avanzando el tiempo, la exposición serpentea por los oficios históricos, la realidad de los gitanos a finales del siglo XIX, principios del XX, y cómo se representa a los gitanos en esta época de manera idealizada a través de las miradas extranjeras de los viajeros fascinados por Andalucía. Desde grabados de Doré a las antiguas fotografías de Napper. Más de 300 piezas en total. 'Vidas Gitanas' se detiene también en la mirada de las artes hacia lo gitano: en la literatura -las vanguardias, la generación del 27 con García Lorca como icono (puede verse la primera edición del Romancero Gitano-, en las artes plásticas -reflejada en la obra escultórica de Benlliure (que modeló a Pastora Imperio), o de pintores como Dalí, Picasso, Romero de Torres, Nonell o Sorolla- y la inspiración gitana en la música de Falla, Granados o Albéniz. Y muchas fotografías de nombres imprescindibles como Jacques Lèonard, Steve Kahn, Catalá Roca, Colita, Vidal Ventosa, Jesús Salinas, Isabel Muñoz o Cristina García Rodero. La muestra lleva por subtítulo Lungo Drom o 'Largo Camino' en lenguaje caló. Según Fernández, «un camino complicado» que pese a todo no aparece como mirada «victimista, sino positiva». «No hay línea de separación entre payos y gitanos, sino entre racistas y no racistas», dijo también. Una clara mirada al pasado, por aquello de no todo lo que ocurrió se tiene que dar por supuesto (la cultura gitana no es conocida más allá de un par de mitos y un buen puñado de tópicos) pero cuya repercusión pasa por el futuro. «Tenemos pasado pero también tenemos futuro», finaliza Fernández, «lo único que tenemos que hacer es adaptarnos al siglo XXI». Como cualquiera, como todos. Daniel Borrás. Diario El Mundo

domingo, 16 de marzo de 2014

DEL ESTILISMO AL ARTE HAY UN ABISMO

Valencia sacó a hombros a José María Manzanares como rey del estilismo y premió y gozó con el arte de Morante de la Puebla y Finito de Córdoba, que causaron huella en el aficionado. Del estilismo al arte hay un abismo aunque el público compre en masa el envoltorio antes que la esencia. Es algo que va en la modernidad. El gusto por la pomposidad, la pólvora y el ruido por encima de las nueces, la porcelana hueca en contraste con el bronce macizo. La gente disfrutó con todo y especialmente con lo suyo. Zabala de la Serna.

miércoles, 12 de marzo de 2014

38 MINUTOS DE CAMARÓN

Desde muchos metros antes de llegar al local donde iba a cantar Camarón se oían las palmas y el jaleo. Los gitanos, en grupos a la puerta de entrada del local, habían organizado ya su fiesta particular. ¿Eran quienes se habían quedado sin entradas, o las tenían y estaban calentando motores a su aire? Cualquiera sabe. Desde luego, de buena fuente supe que habían limitado la venta de entradas a 1.000, para evitar tumultos, y que ante la extraordinaria demanda Camarón cantaría un día más, es decir, ayer. No sé si respetaron rigurosamente ese cupo, pero sí hubo gente que se quedó en la calle. Claro que tumulto hubo igual, aunque el dispositivo de seguridad era a la vista importante. Desde la baranda del piso superior, la pista era un mar de cabezas a razón de seis, u ocho, o más, por metro cuadrado. Un público variopinto, como era de esperar. Los gitanos no faltaban, por supuesto; ellas, guapísimas, vestidísimas, brillantísimas; y algunas con sus churumbeles, no faltaba más. El resto, gente joven de todo cariz, desde el progre más o menos discreto hasta el punky de cresta multicolor. Hasta las once, hora anunciada para el comienzo del espectáculo, la gente estuvo bastante tranquila, con sólo los gitanos amagando su jaleo privado acá y allá. Los efluvios dulzones del porro eran cada vez más perceptibles. A las 23.10 se empezaron a notar los primeros síntomas de impaciencia. Pero el respetable todavía estaba de buen talante y optó por las palmas a compás, que quedaron muy bien, por cierto. Cinco minutos después la cosa comenzó a ponerse fea. Una pita fenomenal, impresionante, como la que se puede llevar en el ruedo un Curro Romero en tarde de desgracia. La larga espera El cuarto de hora siguiente fue de bronca continuada en que hubo de todo, desde silbidos estentóreos a palmas de tango, sin olvidar los gritos y las imprecaciones de lo más airado.Y al fin salió Tomatito con su guitarra, y detrás Camarón. Eran las 23.32 en punto de la noche. Le recibió una ovación de gala, de ésas con las que se saluda la presidencia de los rockeros de postín. Otra ovación, más bien un grito estentóreo de gusto, acogió el único anuncio que hizo en toda la noche: "Voy a cantar por soleá, por bulerías, y luego todo lo que queráis". El cantaor de la Isla mentía como miente siempre, porque él sabe muy bien que habitualmente no canta más de 40 minutos, canta lo que quiere -casi siempre lo mismo, alegrías, soleares, tangos, bulerías, fandangos-, y se mete sin atender los requerimientos del respetable, que quisiera oírle mucho más. En Rock Club cantó, exactamente 38 minutos. Hubo quien quiso oírle casi en trance de misticismo, como los fanáticos fundamentalistas islámicos pueden oír al ayatolá Jomeini, que les ordena matar a Rushie en un ambiente así es muy difícil, yo diría imposible, el sílencio en que se debe escuchar el cante. No fue posible; pese a lo cual a Camarón se le jaleó y ovacionó constantemente. Su público le concede, incondicionalmente, bula de santidad flamenca. Nadie antes que él, en el arte jondo, gozó de una tal afección. El mito Pero, ¿a todo esto, cómo cantó Camarón? Bueno, eantó bien, pero no fue una noche memorable. Tampoco para correrle a gorrazos o meterle preso. Cantó bien. Se entregó, evidentemente, y a veces tuvo esas genialidades suyas, los quiebros de sabor flamenquísimo, ese desgarro de increíble belleza, el romper la voz a tumba abierta.Pero el ambiente, lo repito, no permitía exquisiteces así, y lógicamente el cantaor no las prodigó. Un constante ruido de fondo, la gente que no se callaba, gritos, imprecaciones: "¡Ya me puedo morir tranquila, Camarón, hijo!". "¡Vamos -a escuchar, hombre!". "¡Monstruo, que eres un monstruo!". "¡Callarse, coño!"... Cualquier parecido con la audiencia que exige el cante flamenco fue pura coincidencia. Por añadidura, el sonido era de verbena. Nuestra obligación de cronistas es dar testimonio de que Camarón de la Isla tuvo un éxito clamoroso. Los mitos son intocables para el gran público. ¡Qué le vamos a hacer! Angel Alvarez Caballero. 18 de marzo de 1989. )

viernes, 28 de febrero de 2014

lunes, 10 de febrero de 2014

PAULITA EXISTE

En la pasada feria del Pilar, un mediodía, ante muy poco público, Paulita se empeñó en su tozuda insistencia de enseñar sus virtudes, un encomiable afán en el que este muchacho lleva más de diez años. Aquel mediodía lo bordó en su Zaragoza y quienes lo presenciamos nos entusiasmó. Otra vez pensamos lo que en tantas ocasiones: no hay derecho que a este torero lo maltraten las empresas, con tanta injusticia como incompetencia. Pero el empresario de Valdemorillo ha tenido el acierto de anunciarlo este año y Paulita ha sabido corresponder, y de paso ha dado todo un aldabonazo a las puertas de Madrid. Empezó por unas verónicas de seda en su primero, un toro que en la muleta tuvo recorrido aunque le faltó esa punta de bravura para rematar las embestida. Tandas de cuatro y cinco muletazos, muy por encima del toro para el muy parco premio de una vuelta al ruedo. El quinto fue un gran toro de Ana Romero, tan bien presentado como el resto de la corrida y en este ejemplar Paulita dio un paso al frente, aunque le costó decidirse a ligar, dejando la muleta en la cara del santacoloma aprovechando la bravura del animal. Si, le costó pero supo rectificar a tiempo para ofrecernos un recital sobre la mano derecha que encendió la gélida tarde de Valdemorillo. Toreo bueno, toreo puro y toreo caro. Una estocada rinconera le aseguró las dos orejas y la puerta grande. A ver si ya, ¡`por fin!, se enteran de que Paulita existe. Leer más: Triunfo de Paulita a las puertas de Madrid - MARCA.com

sábado, 8 de febrero de 2014

SIGUE ADELGAZANDO

Firmó un manifiesto alertando sobre la “agonía” del flamenco. Entonces dijo que “está vivo, pero flaco”. ¿Sigue adelgazando?
Sigue adelgazando, ya está casi en los huesos, pero no porque no haya buenos artistas, que los hay, de todas las edades. Pero pasa como en aquellos tiempos de hambre en que sólo estaba gordo don fulano. El flamenco, en general, está escuálido, pero los don fulanos están de buen año.

viernes, 7 de febrero de 2014

1962. Habla Manolo Caracol sobre el toreo


¿Qué diferencia encuentras entre el toreo de antes y el actual?

La Fiesta es inmortal,  pero los toreros, los ganaderos, los empresarios y los aficionados tienen que crear más ambiente fuera de la Plaza, porque lo bonito de la Fiesta es que no pierda calor en la calle. Hoy parece como si a los toreros le aburriera hablar de toros; están más pendientes de los automóviles, de los tractores, de los olivos...

sábado, 1 de febrero de 2014

TOREAR CON LA PANZA

Cuando se ven muletazos así, a uno le entran ganas de llorar y de reír a la vez. A uno se le coje un pellizco en la pleura que no le suerta. Esa muleta planchada, embarcando al toro con la "panza de la muleta", el mentón de la barbilla haciéndose daño en el pecho y el pelo muy repeinado, pero sin caer en la pedantería, con esa gracia de galán que sólo te la puede dar Dios. 
Y llevando el morro del toro cosido a la muleta, como cuando se canta por Soleá de Alcalá, todo muy seguido, sin dejar aire entre tercio y tercio.  


                                     Gitanillo de Triana
                                             Foto de la Aldea de Tauro

sábado, 18 de enero de 2014

LA ESTELA DEL MAESTRO

Fuente: El País. Diego A. Manrique Todos los que convivieron con Enrique Morente atesoran un repertorio de sus máximas, ocurrencias y preceptos. Juan Verdú, el aficionado al flamenco que le preparó muchas actuaciones en Madrid, recuerda inmediatamente una frase suya, chocante por lo paradójica: “¿Para qué hacer las cosas bien si las podemos hacer mal?”. Era una forma de burlarse de sí mismo cuando se materializaban precisamente los frutos del buen hacer: un local prestigioso lleno a rebosar, por ejemplo. Taurino de corazón, sabía que el arte y el valor deben probarse cada tarde. A ser posible, con una cura de humildad. Tras triunfar en el madrileño teatro de la Zarzuela, pedía que le abrieran un hueco en la programación flamenca de la sala Revólver, un antro reservado al rock con las mínimas comodidades: “Así nos quitamos los brillos, Juan”. Según Verdú, Morente sistemáticamente evitaba hincharse de orgullo: “Sabía que un artista endiosado tiende a equivocarse”. Meditaba exhaustivamente cada jugada. De ahí la abundancia de proyectos que dejó aparcados, a veces incluso casi completados. Javier Liñán, que editó algunos de sus discos, evoca su obsesión por hallar un concepto que canalizara su creatividad. “Podía trabajar con la última tecnología, pero pensaba como un artesano. De repente, sonreía y te decía: ‘Ya tengo el clavo, Javier, ya puedo colgar la ropa’. Y todo se aceleraba”. No le preocupaba el ser criticado por puristas o por tal o cual secta exclusivista: “Algún día, tendremos la razón; ya les convenceremos”. Le interesaba, eso sí, la mecánica de la creación. Coincidió con Mario Vargas Llosa en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander y pasaron una noche de amigables confidencias. Para Morente, lo intrigante era en qué momento el novelista peruano comprendía que había de poner punto final a un libro. Le hubiera encantado conocer una fórmula similar para resolver sus propias dudas a la hora de cerrar cualquier aventura. Su humildad, sus ganas de aprender le hacían conectar con gigantes de órbitas muy diferentes, como Alfredo Kraus. El tenor, según Verdú, terminó rendido ante el granadino: “No hay música vocal más difícil de interpretar que el flamenco”. Un homenaje multidisciplinar Con el nombre de Morente más Morente,familia y amigos del cantaor han trenzado un homenaje multidisciplinar a su memoria que arrancó ayer y se prolongará todo el fin de semana en el Teatro Circo Price (Ronda de Atocha, 35) en su primera gran entrega. El mes que viene, Madrid vuelve a ser escenario de nuevos actos de recuerdo. En total unos 50 artistas tomarán parte a través de conciertos, exposiciones, encuentros y performances en distintos espacios. Sábado 18. Coinciden en el escenario Carmen Linares, Arcángel, Farruquito, Pitingo, Juan Carmona (Habichuela hijo), Argentina, Dorantes, Diego Carrasco y Tomasito. A partir de las 21.00. De 20 a 35 euros. Domingo 19. La familia Morente-Carbonell protagoniza las actuaciones de este día. Estrella, Soleá y José Enrique se harán acompañar por sus tíos Montoyita a la guitarra, Antonio Carbonell al cante. También se espera la presencia de Antonio Orozco. A partir de las 21.00. De 20 a 35 euros. 20 de febrero. Gran concierto en La Riviera con Lagartija Nick, Eva Amaral, Los Planetas, La Shica y Lori Meyers entre otros. 20 euros. 24 y 25 de febrero. Destacados actores como José Sacristán o Ana Belén y escritores como Luis García Montero recitarán el cante de Morente en el Teatro Español. De 5 a 22 euros. Le pesaba la responsabilidad de tirar del carro del flamenco hacia territorios no cartografiados. De alguna manera, la muerte de su amigo Camarón le dejó solo en primera línea de los cantaores. Su búsqueda se intensificó, esencialmente con aproximaciones personales. Como bromeaba el guitarrista Gerardo Núñez, “Morente fue el inventor de las redes sociales”. Iniciativa suya fue acercarse a los rockeros de Granada, a los jazzmen más abiertos, a los productores de música electrónica, a mitos del noise como Sonic Youth. En su reciente libro sobre Sonic Youth, Estragos de una juventud sónica, el periodista Ignacio Juliá recoge el testimonio del capitán del grupo, Thurston Moore: “Morente era un hombre muy dulce, que voló con su grupo a París para ensayar la pieza en la que quería colaborar con nosotros. Nos reencontramos luego en Valencia para interpretarla ante un público muy numeroso. Pero la pieza dependía de una parte pregrabada que no sonó, por lo que todos tuvimos que improvisar. Me sentí mal por Enrique, después de que hubiese invertido tanto tiempo y esfuerzo preparando el concierto. Para nuestra sorpresa, se mostró muy amable. Aunque no salió bien, se sentía feliz de haber compartido tiempo y música con nosotros”. Atención: el que fuera tolerante con accidentes y desastres no le impedía dar un aviso paternal cuando era necesario. José Manuel Gamboa y Pedro Calvo recogen la advertencia que lanzó a los jóvenes flamencos madrileños en el sepelio del que consideraban más dotado de su generación, Ray Heredia, fulminado por una sobredosis de heroína: “No basta con llorar, ahora hay que asimilar lo que le ha pasado. Si esto no os sirve de lección para vuestras vidas, es que sois tontos”. Sin embargo, pocos de los que le trataron recuerdan broncas. Sí, por el contrario, cenas y juergas en las que él pagaba la factura: “No había nadie más generoso que Enrique después de cobrar un concierto en metálico. Primero estaba la familia, claro, pero luego sentía la obligación de repartir alegría entre sus amigos. No era cuestión de dinero: el mundillo del flamenco se agitaba cuando se rumoreaba que Morente había aterrizado en Madrid. A su alrededor, brotaba el arte”. Aunque Verdú asegura que la anécdota definitoria de Morente ocurrió en Nueva York. Estaba paseando con sus músicos por la calle 52 y se encontró con tres homeless negros, que tocaban recipientes de detergentes como si fueran tambores. “Se paró, pidió a los músicos que le hicieran palmas y se puso a cantar. A mí me dio todos los dólares que tenía y me pidió que fuera a comprarles perritos calientes o lo que encontrara. Cuando volví, ya se había formado un corrillo de gente que aplaudía y echaba dinero. Al final, se abrazó con los indigentes y nos fuimos. Y me dijo al oído: ‘¡Si todos somos mendigos en este mundo! El problema, Juan, es que no nos damos cuenta de nuestra propia miseria”.

RECORDANDO A MORENTE

En una feria del Corpus de su Granada, antes de los toros me crucé con él, nos miramos fijamente a los ojos, "adiós maestro, vaya usted con Dios", y al año siguiente se lo llevó con él. Dios te guarde, Morente...

lunes, 13 de enero de 2014

CURRO VÁZQUEZ PUSO LA TORERÍA

Plaza de toros de Valencia. La tenían tomada con Curro Vázquez. Qué plaza. En cuanto un peón salió a recibir al primer toro, ya le estaban armando la bronca al matador. Y como el propio matador dio después motivos sobrados para la protesta pues se puso a tirar líneas medio descompuesto, la bronca que le dedicaron adquirió caracteres de escándalo. Continuó la corrida mas las gentes se aprestan para darle a Curro Vázquez su merecido en el siguiente turno. Sin embargo, llegado el turno, Curro Vázquez tiró de repertorio, llenó el coso de aromas toreros y dejó a la facción enemiga con un palmo de narices. [No es que Curro Vázquez se hubiera puesto de repente a bordar el toreo. Es que, por primera vez en la tarde, había un torero con su torería, y apenas la desplegó ya estaba mandando a los pegapases a por tabaco. Menuda diferencia, el torero y los pegapases. Los pegapases, Enrique Ponce y El Califa, daba pena verlos con su pegapasismo recalcitrante. No les ocurrió lo que a Curro Vázquez, claro: no los pitaban. Antes al contrario, los aplaudían. Uno, porque ambos son de la tierra; dos, porque traen fama y el público valenciano es absolutamente sensible a lo que manden la fama, los tópicos y lo políticamente correcto. Joaquín Vidal. 25 de julio de 2001

domingo, 5 de enero de 2014

A Juan Moneo “El Torta” Carta abierta a Rolling Stone:

Escribo desde la admiración y el asco. He visto la portada de la revista Rolling Stone dedicada a Camarón. “Que ya iba siendo hora”. Es raro encontrar una reflexión en la portada. Pero si no lo hace Rolling Stone ¿quién lo iba a hacer?. No voy a glosar los hallazgos y la importancia de la revista. Me gustaría profundizar en esa reflexión, en el “ya iba siendo hora” y en el papel de los comentaristas musicales y los medios de comunicación respecto al flamenco. Yo empecé a escuchar flamenco por Camarón y por Paco de Lucía como tantos otros. Luego fui compañero de viaje de Jorge Pardo, de José Antonio Galicia y de ese largo etcétera de músicos que desde el jazz descubrían en el mundo flamenco lo mismo que Miles Davis, Mingus o Monk habían descubierto en el blues, o en sus raíces, o en su imaginación. ¡Arte! Rolling Stone, la revista, puso en los años sesenta encima de la mesa la capacidad transformadora del rock, veíamos las películas de Woodstoock y a Otis Redding en el festival de Monterrey . Imaginábamos a Jagger y Richards tratando de copiar a Muddy Waters. Leíamos las crónicas mientras el instinto revolucionario que se atisbaba en Jimi Hendrix o Los Doors se quedaban en el camino entre crónicas de sexo, drogas y rock and roll. Vimos de cerca la revolución del punk, llegaron los que siempre había estado lejos (incluidos Lou Reed y Los Ramones). Llegó la nueva ola, la licra y los cardados y uno tuvo la suerte (y la dicha) de cruzarse con Enrique Morente. ¡Joder! ¡!Qué duro es el flamenco! Empiezas a escuchar cosas muy fuertes. Cosas que duelen: “Cuando canto a gusto la boca me sabe a sangre” que decía tía Anica, ni Billie Holiday había dicho algo así. Nos convertimos en perseguidores de emociones, las de presente y las del pasado. Íbamos a cada concierto de Pata Negra, buscando el futuro y alternábamos las vanguardias del jazz con Tom Waits, buscamos en África y en Fela Kuti y en Cuba la parte de nosotros que estaba en el flamenco y seguimos perseverando con ayuda de los discos del Profesor Longhair y los conciertos buenos del Doctor John y los malos de James Brown y los desastrosos de Nirvana, las escalofriantes miradas de Miles Davis y los “Blindfold test” con Ebbe Traberg mientras viajábamos para aguantar un concierto entero de Ornette Coleman y todo eso y muchas cosas más (conocer a Cachao a Compay Segundo y a Chavela Vargas, a Peret, al Pescailla y al Chacho). Todo eso, y más, me importa una mierda porque se ha muerto Juan Moneo “El Torta”. Estos días leerán mucho sobre él porque en las redacciones de periódicos y en revistas les importa una mierda cuando dices “he visto el concierto del año” o “he tenido el escalofrío del siglo”. Lo que importa, lo que hay que sacar, es un panegírico sobre el muerto. Dicen por ahí que el periodismo agoniza, nadie hará una crónica de eso porque los periodistas estaremos en una rueda de prensa televisada de un político o preparando el obituario de una muerte anunciada. Me duele la muerte de El Torta porque ese tío me ha vuelto del revés como lo hicieron Camarón y Morente. Me duele en el recuerdo de aquella noche que estaba cantando bien en el Clamores y entonces ocurrió: El Torta olvida el micrófono y lanza un quejío que te atraviesa los sentidos y se aloja en algún lugar de tu cuerpo, o de tu alma. Y te conviertes en el ser más triste del planeta. Y entonces…lloras. José Manuel Gómez “Gufi”. Tiempo de hoy