sábado, 18 de enero de 2014

LA ESTELA DEL MAESTRO

Fuente: El País. Diego A. Manrique Todos los que convivieron con Enrique Morente atesoran un repertorio de sus máximas, ocurrencias y preceptos. Juan Verdú, el aficionado al flamenco que le preparó muchas actuaciones en Madrid, recuerda inmediatamente una frase suya, chocante por lo paradójica: “¿Para qué hacer las cosas bien si las podemos hacer mal?”. Era una forma de burlarse de sí mismo cuando se materializaban precisamente los frutos del buen hacer: un local prestigioso lleno a rebosar, por ejemplo. Taurino de corazón, sabía que el arte y el valor deben probarse cada tarde. A ser posible, con una cura de humildad. Tras triunfar en el madrileño teatro de la Zarzuela, pedía que le abrieran un hueco en la programación flamenca de la sala Revólver, un antro reservado al rock con las mínimas comodidades: “Así nos quitamos los brillos, Juan”. Según Verdú, Morente sistemáticamente evitaba hincharse de orgullo: “Sabía que un artista endiosado tiende a equivocarse”. Meditaba exhaustivamente cada jugada. De ahí la abundancia de proyectos que dejó aparcados, a veces incluso casi completados. Javier Liñán, que editó algunos de sus discos, evoca su obsesión por hallar un concepto que canalizara su creatividad. “Podía trabajar con la última tecnología, pero pensaba como un artesano. De repente, sonreía y te decía: ‘Ya tengo el clavo, Javier, ya puedo colgar la ropa’. Y todo se aceleraba”. No le preocupaba el ser criticado por puristas o por tal o cual secta exclusivista: “Algún día, tendremos la razón; ya les convenceremos”. Le interesaba, eso sí, la mecánica de la creación. Coincidió con Mario Vargas Llosa en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander y pasaron una noche de amigables confidencias. Para Morente, lo intrigante era en qué momento el novelista peruano comprendía que había de poner punto final a un libro. Le hubiera encantado conocer una fórmula similar para resolver sus propias dudas a la hora de cerrar cualquier aventura. Su humildad, sus ganas de aprender le hacían conectar con gigantes de órbitas muy diferentes, como Alfredo Kraus. El tenor, según Verdú, terminó rendido ante el granadino: “No hay música vocal más difícil de interpretar que el flamenco”. Un homenaje multidisciplinar Con el nombre de Morente más Morente,familia y amigos del cantaor han trenzado un homenaje multidisciplinar a su memoria que arrancó ayer y se prolongará todo el fin de semana en el Teatro Circo Price (Ronda de Atocha, 35) en su primera gran entrega. El mes que viene, Madrid vuelve a ser escenario de nuevos actos de recuerdo. En total unos 50 artistas tomarán parte a través de conciertos, exposiciones, encuentros y performances en distintos espacios. Sábado 18. Coinciden en el escenario Carmen Linares, Arcángel, Farruquito, Pitingo, Juan Carmona (Habichuela hijo), Argentina, Dorantes, Diego Carrasco y Tomasito. A partir de las 21.00. De 20 a 35 euros. Domingo 19. La familia Morente-Carbonell protagoniza las actuaciones de este día. Estrella, Soleá y José Enrique se harán acompañar por sus tíos Montoyita a la guitarra, Antonio Carbonell al cante. También se espera la presencia de Antonio Orozco. A partir de las 21.00. De 20 a 35 euros. 20 de febrero. Gran concierto en La Riviera con Lagartija Nick, Eva Amaral, Los Planetas, La Shica y Lori Meyers entre otros. 20 euros. 24 y 25 de febrero. Destacados actores como José Sacristán o Ana Belén y escritores como Luis García Montero recitarán el cante de Morente en el Teatro Español. De 5 a 22 euros. Le pesaba la responsabilidad de tirar del carro del flamenco hacia territorios no cartografiados. De alguna manera, la muerte de su amigo Camarón le dejó solo en primera línea de los cantaores. Su búsqueda se intensificó, esencialmente con aproximaciones personales. Como bromeaba el guitarrista Gerardo Núñez, “Morente fue el inventor de las redes sociales”. Iniciativa suya fue acercarse a los rockeros de Granada, a los jazzmen más abiertos, a los productores de música electrónica, a mitos del noise como Sonic Youth. En su reciente libro sobre Sonic Youth, Estragos de una juventud sónica, el periodista Ignacio Juliá recoge el testimonio del capitán del grupo, Thurston Moore: “Morente era un hombre muy dulce, que voló con su grupo a París para ensayar la pieza en la que quería colaborar con nosotros. Nos reencontramos luego en Valencia para interpretarla ante un público muy numeroso. Pero la pieza dependía de una parte pregrabada que no sonó, por lo que todos tuvimos que improvisar. Me sentí mal por Enrique, después de que hubiese invertido tanto tiempo y esfuerzo preparando el concierto. Para nuestra sorpresa, se mostró muy amable. Aunque no salió bien, se sentía feliz de haber compartido tiempo y música con nosotros”. Atención: el que fuera tolerante con accidentes y desastres no le impedía dar un aviso paternal cuando era necesario. José Manuel Gamboa y Pedro Calvo recogen la advertencia que lanzó a los jóvenes flamencos madrileños en el sepelio del que consideraban más dotado de su generación, Ray Heredia, fulminado por una sobredosis de heroína: “No basta con llorar, ahora hay que asimilar lo que le ha pasado. Si esto no os sirve de lección para vuestras vidas, es que sois tontos”. Sin embargo, pocos de los que le trataron recuerdan broncas. Sí, por el contrario, cenas y juergas en las que él pagaba la factura: “No había nadie más generoso que Enrique después de cobrar un concierto en metálico. Primero estaba la familia, claro, pero luego sentía la obligación de repartir alegría entre sus amigos. No era cuestión de dinero: el mundillo del flamenco se agitaba cuando se rumoreaba que Morente había aterrizado en Madrid. A su alrededor, brotaba el arte”. Aunque Verdú asegura que la anécdota definitoria de Morente ocurrió en Nueva York. Estaba paseando con sus músicos por la calle 52 y se encontró con tres homeless negros, que tocaban recipientes de detergentes como si fueran tambores. “Se paró, pidió a los músicos que le hicieran palmas y se puso a cantar. A mí me dio todos los dólares que tenía y me pidió que fuera a comprarles perritos calientes o lo que encontrara. Cuando volví, ya se había formado un corrillo de gente que aplaudía y echaba dinero. Al final, se abrazó con los indigentes y nos fuimos. Y me dijo al oído: ‘¡Si todos somos mendigos en este mundo! El problema, Juan, es que no nos damos cuenta de nuestra propia miseria”.

RECORDANDO A MORENTE

En una feria del Corpus de su Granada, antes de los toros me crucé con él, nos miramos fijamente a los ojos, "adiós maestro, vaya usted con Dios", y al año siguiente se lo llevó con él. Dios te guarde, Morente...

lunes, 13 de enero de 2014

CURRO VÁZQUEZ PUSO LA TORERÍA

Plaza de toros de Valencia. La tenían tomada con Curro Vázquez. Qué plaza. En cuanto un peón salió a recibir al primer toro, ya le estaban armando la bronca al matador. Y como el propio matador dio después motivos sobrados para la protesta pues se puso a tirar líneas medio descompuesto, la bronca que le dedicaron adquirió caracteres de escándalo. Continuó la corrida mas las gentes se aprestan para darle a Curro Vázquez su merecido en el siguiente turno. Sin embargo, llegado el turno, Curro Vázquez tiró de repertorio, llenó el coso de aromas toreros y dejó a la facción enemiga con un palmo de narices. [No es que Curro Vázquez se hubiera puesto de repente a bordar el toreo. Es que, por primera vez en la tarde, había un torero con su torería, y apenas la desplegó ya estaba mandando a los pegapases a por tabaco. Menuda diferencia, el torero y los pegapases. Los pegapases, Enrique Ponce y El Califa, daba pena verlos con su pegapasismo recalcitrante. No les ocurrió lo que a Curro Vázquez, claro: no los pitaban. Antes al contrario, los aplaudían. Uno, porque ambos son de la tierra; dos, porque traen fama y el público valenciano es absolutamente sensible a lo que manden la fama, los tópicos y lo políticamente correcto. Joaquín Vidal. 25 de julio de 2001

domingo, 5 de enero de 2014

A Juan Moneo “El Torta” Carta abierta a Rolling Stone:

Escribo desde la admiración y el asco. He visto la portada de la revista Rolling Stone dedicada a Camarón. “Que ya iba siendo hora”. Es raro encontrar una reflexión en la portada. Pero si no lo hace Rolling Stone ¿quién lo iba a hacer?. No voy a glosar los hallazgos y la importancia de la revista. Me gustaría profundizar en esa reflexión, en el “ya iba siendo hora” y en el papel de los comentaristas musicales y los medios de comunicación respecto al flamenco. Yo empecé a escuchar flamenco por Camarón y por Paco de Lucía como tantos otros. Luego fui compañero de viaje de Jorge Pardo, de José Antonio Galicia y de ese largo etcétera de músicos que desde el jazz descubrían en el mundo flamenco lo mismo que Miles Davis, Mingus o Monk habían descubierto en el blues, o en sus raíces, o en su imaginación. ¡Arte! Rolling Stone, la revista, puso en los años sesenta encima de la mesa la capacidad transformadora del rock, veíamos las películas de Woodstoock y a Otis Redding en el festival de Monterrey . Imaginábamos a Jagger y Richards tratando de copiar a Muddy Waters. Leíamos las crónicas mientras el instinto revolucionario que se atisbaba en Jimi Hendrix o Los Doors se quedaban en el camino entre crónicas de sexo, drogas y rock and roll. Vimos de cerca la revolución del punk, llegaron los que siempre había estado lejos (incluidos Lou Reed y Los Ramones). Llegó la nueva ola, la licra y los cardados y uno tuvo la suerte (y la dicha) de cruzarse con Enrique Morente. ¡Joder! ¡!Qué duro es el flamenco! Empiezas a escuchar cosas muy fuertes. Cosas que duelen: “Cuando canto a gusto la boca me sabe a sangre” que decía tía Anica, ni Billie Holiday había dicho algo así. Nos convertimos en perseguidores de emociones, las de presente y las del pasado. Íbamos a cada concierto de Pata Negra, buscando el futuro y alternábamos las vanguardias del jazz con Tom Waits, buscamos en África y en Fela Kuti y en Cuba la parte de nosotros que estaba en el flamenco y seguimos perseverando con ayuda de los discos del Profesor Longhair y los conciertos buenos del Doctor John y los malos de James Brown y los desastrosos de Nirvana, las escalofriantes miradas de Miles Davis y los “Blindfold test” con Ebbe Traberg mientras viajábamos para aguantar un concierto entero de Ornette Coleman y todo eso y muchas cosas más (conocer a Cachao a Compay Segundo y a Chavela Vargas, a Peret, al Pescailla y al Chacho). Todo eso, y más, me importa una mierda porque se ha muerto Juan Moneo “El Torta”. Estos días leerán mucho sobre él porque en las redacciones de periódicos y en revistas les importa una mierda cuando dices “he visto el concierto del año” o “he tenido el escalofrío del siglo”. Lo que importa, lo que hay que sacar, es un panegírico sobre el muerto. Dicen por ahí que el periodismo agoniza, nadie hará una crónica de eso porque los periodistas estaremos en una rueda de prensa televisada de un político o preparando el obituario de una muerte anunciada. Me duele la muerte de El Torta porque ese tío me ha vuelto del revés como lo hicieron Camarón y Morente. Me duele en el recuerdo de aquella noche que estaba cantando bien en el Clamores y entonces ocurrió: El Torta olvida el micrófono y lanza un quejío que te atraviesa los sentidos y se aloja en algún lugar de tu cuerpo, o de tu alma. Y te conviertes en el ser más triste del planeta. Y entonces…lloras. José Manuel Gómez “Gufi”. Tiempo de hoy