El respeto y la responsabilidad son dos manifestaciones del carácter de El Viti, ahora don Santiago Martín, y de su arte. Porque el arte de El Viti era una expresión honda de su carácter. El Viti o la seriedad, podría decirse. Su seriedad no era la seriedad triste de Manolete o la seriedad melancólica de Mondeño: era la seriedad del profesional, del hombre responsable que sabe que en la plaza y en la vida hay que resolver y resuelve. Es la seriedad de Gary Cooper en «Solo ante el peligro». Como el sheriff solo en las calles polvorientas de un pueblo del Oeste que ha de enfrentarse a tres pistoleros, el torero tiene que enfrentarse a dos cuernos y un cuerpo enorme (que vale por dos docenas o tres de pistoleros), mientras el sol está alto: no el del mediodía, sino el de las 5 de la tarde. Como los viejos héroes del «western», serios, responsables, profesionales, el torero sale a la plaza armado con sus propias armas: no tanto el estoque y la muleta como la inteligencia y el conocimiento. Para todo torero, para El Viti principalmente, el toreo es cuestión de cabeza, ante todo. Y de abstracción. En el momento en que el torero sale a la plaza, no hay otra cosa en el mundo que el toro. «Por eso -me recuerda El Viti- se dice la fiesta del toro y el mundo del toro, no del torero». Sin toros no hay fiesta. La primera instrucción que daba don Gregorio Corrochano a los espectadores primerizos de corridas de toros era: no pierdan de vista al toro. Donde está el toro, está el torero.
Ignacio Gracia Noriega
Ignacio Gracia Noriega
No hay comentarios:
Publicar un comentario