Allí, en Dos Hermanas, en las calientes noches del sur, Juan Talega solía sentarse en la puerta de su casa, con una silla baja y una vara de acebuche en la mano, con la que apuntaba, indefectiblemente, un cante por soleá. Allí llegaban muchas veces, para sentarse junto a él, los grandes del cante. Iban para recoger algún retazo de su magisterio, para que les iniciase en su gran secreto...Igual que los antiguos iban a las grandes cuevas sibilinas para impregnarse de los viejos secretos. La voz de Juan Talega era la voz de los padres antiguos.
Francisco Moreno Galván.
1 comentario:
Se agradece, Juan Arola, de madrugada.
La condesa de Estraza
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