El Uro habitó los bosques de la europa central y nórdica, hasta que desapareció durante la Baja Edad Media. No obstante, perduraba al principio del siglo XV en los bosques lituanos, cerca de Prusia, y, aún dos siglos después, en el bosque polaco de Jaktorowka, al suroeste de Varsovia, hasta su total desaparición.
Sin embargo, en la península ibérica el toro se ha mantenido como raza propia. Descendiente del Uro, es un poco más pequeño como resutado de su mezcla con otras especies llegadas desde Africa, las cuales ligaron bien en sus cruces con el bravo ganado que pastaba ya en las marismas andaluzas. El resultado de la mezcla de estas reses con las primeras y con las indígenas del centro de España, se impuso sobre el ganado palurdo característico de las serranías jienenses y sobre el morucho de los campos castellanos. La traslación de estos últimos hacia el bos taurus celticus, característico por sus pintas rojas y amarillentas que habitaba el norte peninsular, ofreció el antiguo toro navarro.
Así, cuando comenzó el toreo a píe era fácil deslindar la geografía del toro y notorias las diferencias entre el navarro, castellano y andaluz, aunque todos, con un mismo denominador común, la FIEREZA.
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