miércoles, 23 de marzo de 2011

LIMPIAR DE MEMBRILLOS EL TOREO


El membrillo era el eje en torno al cual se articulaba, desde siempre, el patio de mi casa. Una imponente presencia que llevaba allí desde antes de que yo llegara y, conmigo, toda mi familia. Era una realidad, un hecho. En el patio estaba el enorme membrillo y algunas plantas más. Era, simplemente, incuestionable.

Hace poco decidí examinar esa incuestionabilidad. Me dí cuenta de que, de hecho, el membrillo ocupaba más de la mitad del espacio aéreo del patio. Y tapaba una luz proporcional. Por si fuera poco el viejo tronco, que no podía abarcarse con las dos manos, no soportaba apenas ramas. El grueso de la copa estaba sustentado en un tronco más joven y vivaz. Hacía mucho tiempo que no remataban los membrillos, que caían antes de madurar. Mis hermanas me informan entonces que aquel membrillo nunca dio fruto en condiciones.

¿Qué pintaba aquella presencia incuestionable, entonces, en aquel patio? Ni daba fruto, ni era particularmente bello, quitaba la luz... y, sin embargo, nunca se dudó de su presencia. Y fue bueno para él, porque ante el primer análisis tomé el hacha y pasó a ser historia.

Eso fue hace un mes... ahora ha llegado la primavera. El membrillo, como las malas costumbres, se niega a desaparecer e intenta rebrotar del tronco amputado. Decido darle una nueva oportunidad en el huerto. Tal vez, como dicen algunos, no sea mala hierba, sólo hierba en mal lugar.

Al faltar la presencia incuestionable se ha operado una transformación inesperada. El limonero, el lilo, la celinda... hasta la recién llegada vara de San José y los rosales han agradecido la nueva luz, la falta de competencia desleal de ese mastodonte estéril. Y el patio se ha llenado de nuevo de unos aromas que me hacen soñar.

Quizás se debería plantear lo mismo en el toreo. Tal vez determinadas cosas han sido, como el membrillo, una realidad tan incuestionable como yerma. Y es muy posible que, si se deciden a talarlas, entre una luz desconocida hasta ahora...

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