jueves, 3 de marzo de 2011

EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA


Matador de toros fuera de lo común, Victoriano de la Serna tomó la alternativa en Madrid el 29 de octubre de 1931. Desplegó valor y arte en los ruedos e hizo gala de una personalidad tan
arrebatadora como genial, incluso, una de sus historias llegó a oídos de Gabriel García Márquez,
quien la incorporó a uno de los grandes relatos del realismo mágico: El amor en los tiempos del
cólera.
Pocas vidas dan para tanto. De estudiante de medicina a figura del toreo en poco más de un par de años, La Serna -como luego se hizo llamar en los carteles- rompió moldes. Procedía de una familia acomodada, estaba en el ecuador de la carrera de medicina y se hizo torero. Su fuerza de voluntad forjó un hombre de carácter, de sentencias, que aplicó su filosofía al toreo. Sus palabras reproducidas a continuación en una serie de citas son fiel reflejo de su vida.
“El amor, el honor y el arte son atributos de Dios y hay que defenderlos hasta la muerte”
Tocaba lidiar en un pueblo de Portugal, el festival se suspendió. De vuelta al hotel, aquel matador vio reflejada a una joven en un espejo. La fugaz imagen, le impactó, le cautivó, le enamoró… Al día siguiente, compró el espejo además de mover cielo y tierra para averiguar quién era aquella bella mujer, que vivía en Bélgica y terminaría siendo su esposa. El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, toma prestado ese episodio contado por José Miguel García Ascot.
“La diferencia entre la ilusión y la fantasía es que la ilusión te lleva al éxito y la fantasía al fracaso o a la inmortalidad”
Sin más contacto con el mundo del toro que una buena afición, Victoriano de la Serna va para médico y destaca como estudiante. Pero el festival taurino con el que se celebró la inauguración de la Facultad de Medicina de Madrid cambió el camino de su destino. En su primer encuentro con un astado, como uno más en el grupo de estudiantes decididos a divertirse, se lió a dar pases. Uno y otro y otro más. Y se gustó. Dijeron los que estaban cerca que en ese momento se dio cuenta de que había nacido para ser torero.
“Los burladeros están para observar al toro, medir tus posibilidades… y si no lo ves claro no salgas”
No estaba cuajando una buena tarde en Aranjuez. Fue hacia el toro sin convicción, no le gustaba lo que estaba viendo. Desde la barrera le gritaron: “a éste hay que cortarle las dos orejas”. La garganta del alcalde de Madrid había hablado de más. La Serna se dirigió hacía él, le brindó el toro y le respondió:
“Yo le corto las orejas a éste, al padre de éste, a usted y a su padre”. A estas palabras le siguió un faenón apoteósico. Salió por la puerta grande y le llevaron a hombre hasta muy lejos de la plaza. En el ABC Corrochano inmortalizó la escena en su crónica, titulada: La Procesión de La Serna.
“Al toro sólo se le puede hacer lo que el toro se deje hacer”
Un mano a mano con Domingo Ortega en el coso de Valencia aumentó la leyenda. Era un momento de gran rivalidad y ni la suerte ni los toros habían acompañado las ambiciones de La Serna. Domingo Ortega había cortado tres orejas; él ninguna. En su último toro se acercó al matador de Borox y le avisó de que, por mucho que hubiese hecho, los titulares de los periódicos del día siguiente iban a hablar de él y no de Ortega. Recibió al toro sentado en el estribo: impasible, inmóvil, esperó a que el tiempo trajese los avisos, sin hacer caso al animal que vagaba por el ruedo. Se cumplió su amenaza y los diarios centraron el relato en su afrenta: Victoriano de la Serna se deja voluntariamente un toro vivo en Valencia.
“Cada día de estudio es una onza de oro que depositas en la hucha del porvenir” Hombre de profundos convencimientos morales, patrióticos y religiosos, se pasó de Hipócrates a
Cúchares como un iluminado. Se trasladó a Salamanca para estar más cerca del mundo de las
ganaderías. Terminó su carrera de medicina y, aunque nunca la ejerció, sí aplicó sus conocimientos. El doctor Lumbreras, histórico cirujano de la plaza de Vistalegre, dijo una vez que la peor cornada que había tenido que curar fue una de La Serna. Tan grave fue la cogida, en una época en la que no existían antibióticos, que el matador y estudiante de medicina se pasó la recuperación tomándose una y otra vez el pulso, convencido de que una peritonitis podía llevarle a la muerte.
“Hay tres cosas que no se pueden cortar al hombre: el sueño, la risa y las ilusiones”
La plaza de toros de Algeciras fue escenario de uno de estos episodios que hicieron de La Serna un matador distinto. Tras una mala faena en el primer toro, dio con sus huesos en la enfermería por el golpe del bastón que le lanzó un exaltado. Pese a la lesión en la cabeza, el torero de Sepúlveda le brindó el siguiente de su lote al agresor y completo, ante un toro de Pablo Romero, una de las mejores faenas que se recuerdan en el ruedo algecireño.
“A lo máximo a lo que puede aspirar un hombre es a conocerse a sí mismo”
Once cornadas en su cuerpo dejan memoria de sus años en el ruedo. Uno de esos percances desconcertó a La Serna, que llegó a plantearse la retirada, no por la gravedad de la cornada, que fue importante, sino por que nunca descubrió la razón por la que el toro le echó mano esa ocasión. Las demás cornadas sí tenían una causa en su cabeza. La decisión de dejar el toreo surgió tras una voltereta en la Línea de la Concepción. Mientras se recuperaba en la enfermería, el encargado le preguntó: “Con el dinero que tiene, esa mujer tan guapa, sus hijos y la vida resuelta… ¿Por qué sigue toreando?” El diestro fue breve en su respuesta: “Pues tiene usted razón”, y ya en el hotel celebró con champán, con su cuadrilla y todos los que le seguían, su retirada de las plazas.
La Serna marcó un estilo en su época, admirado por sus contemporáneos. Marcial Lalanda, otra gran figura del toreo de ese tiempo, escribió desde el recuerdo su arte: “Yo entiendo poco de poesía, pero se que eso es lo que hacía él, toreando. Toreaba muy lento, con las manos muy bajas, acompañando al toro de tal forma que era algo impresionante”. Su figura permanece en el recuerdo, su sabiduría es una herencia abierta.


Texto. F Yerba

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