EL PAÍS. FERMÍN LOBATÓN
En un festival como este una noche dedicada por entero al cante no es lo habitual. Y excepcional que en el cartel se diera tan tremenda concurrencia de artistas. Una ocasión probablemente única, casi de seguro irrepetible, que concitó muchísima expectación. El hecho de que seis cantaores de tanto peso y calibre se anunciaran en una misma noche —y es un todo un dato que ninguno faltara a la cita— tenía que ver con la grabación que se presentaba, el disco VORS. Jerez al cante, la tercera que en la cuna del cante patrocina una entidad financiera, vasca por más señas, y que se sustenta en la producción de José María Castaño, Gonzalo López y Alfredo Benítez, este último uno de los homenajeados en el trabajo.
Reunir tanto genio e individualidades en una grabación no ha debido de ser tarea fácil, pero el producto resultante goza de un orden insospechable y contiene tan buen cante como sus protagonistas son capaces de dar hasta en sus mejores momentos. Además, suena a Jerez por los cuatro costados. O por los seis, porque cada una de las seis gargantas rezuma un eco distinto y todos remiten a una misma solera. Ahora bien, trasladar el contenido de un trabajo de meses a un espectáculo se antojaba como un proyecto casi imposible, pero hay que aplaudir que se afrontara el reto. Y si no se consiguió una función sin fisuras —algo inviable—, sí asistimos al menos a una gala con momentos para todos los gustos, que eran obviamente muchos y dispares, como los pronósticos y porfías que se hacían en los bares y tabancos antes del comienzo del espectáculo.
Un silencio espeso, muestra de tanta expectación, acogió la impecable tanda de tonás y martinetes que abrió el telón con Luis El Zambo, El Torta, Manuel Moneo y Agujetas. Una gama de metales únicos, voces que representan una forma casi en extinción de transmitir este arte de una generación a otra con el color y el acento de cada familia. Una excepcional comunión entre los artistas y un público que respiraba con ellos en cada tercio. Empezaba a funcionar el guión que perseguía la quimera. Y siguió funcionando con una escena de tabanco: nudillos haciendo el compás de unas bulerías al golpe dichas con tiento para ser escuchadas. Los tonos enfrentados de Capullo y Zambo se complementaban a la perfección. La salida en el ángulo opuesto de Fernando de la Morena, acompañado por Manuel Valencia, para hacer una seguiriya dedicada a Moraíto con letra de Alfredo Benítez fue uno de los puntos más altos en emoción de la noche. Del mismo nivel que el de la tanda de añejas soleares que protagonizaría Manuel Moneo.
Entre una y otra de estas actuaciones se alternaron cuadros como el que protagonizaron Luis El Zambo, que dejó la dulzura de su decir en la granaína de Manuel Torre rematada en malagueña. A él le seguiría Fernando de la Morena para realizar una primera incursión por bulerías en el más puro soniquete de la tierra que aportaba la sonanta de Periquín. El siguiente cuadro reuniría a Capullo con El Torta. Este, disminuido físicamente, lució sin embargo una de las mejores versiones de su privilegiada garganta. Abordó las alegrías de Cádiz de forma canónica para que Capullo le respondiera por tientos, tangos y unos fandangos con recuerdo a La Paquera. Regresó El Torta por bulerías cuando los corsés iniciales ya estaban rotos y Capullo hasta se permitió bailarle con una jugosa pataíta.
Del grupo a las individualidades, las transiciones funcionaron hasta que le llegó el turno a Agujetas. Ese gitano irrepetible, que mantiene su cante y su porte como si no pasaran los años, quería cantar (lo dijo claramente) y lo hizo a su anárquica y tradicional manera. Enlazando tandas de dos o tres letras, levantándose y volviéndose a sentar. Arrancó por soleá en un tono altísimo y siguió por seguiriyas. Luego dos fandangos personales, otros dos, y hasta un quinto antes de regresar para romperse en una postrera seguiriya. Y eso que el cantaor no se encontró a gusto con un guitarrista, Manuel Valencia que, sin embargo bordó el acompañamiento hasta poderse afirmar que fue la noche se su confirmación. ¡Vaya forma de tocar por Jerez la de este joven!
Costó que arrancara el previsto fin de fiesta. Con todos, menos El Torta sobre las tablas, lo mismo se pudieron ver chispas saltando que se vislumbraron guiños de complicidad. Capullo volvió bailar y también lo hicieron con su genio habitual Chícharo y Bo. Hasta Agujetas hizo su letrita por bulerías. Pero la cosa no daba para más. Demasiados genios indómitos para un trabajo coral. Pero el intento mereció la pena y el eco que la noche dejó en los aficionados —con sus luces y sus sombras— no se va a acabar en dos días.
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