Pero don Celestino, en la luz y en la sombra, continuó siendo el alma de la ganadería, siempre presto a echar una mano y a aderezar con su pellizquito de experiencia la tarea de sus hijos. Sobre todo en los momentos más duros, como los que vivieron tras la madrileña corrida de Beneficencia de 1984, cuando las febles patas de sus toros fueron incapaces de soportar su casta de guerreros dando en tierra con un prestigio de tantos años de esfuerzo.
Cuando sus hijos llegaron a Trigueros a su vuelta de Madrid, ya don Celestino -indomeñable casta de ganadero auténtico- había preparado una lista con más de sesenta vacas para sacrificar, lo que también hizo con el padre de los toros inválidos, un semental nuevo que no supo estar a la altura de un historial sin mácula. Repárese en las ilusiones que con las reses se enviaron ese día al matadero, en la preocupación por el porvenir, en la gallardía de un ganadero de raza para adoptar tan drástica medida a desprecio de dejar la ganadería en cuadro. Desde aquella fecha, vaca que flojea en la tienta tiene firmada su sentencia de muerte por muy brava y noble que fuere su pelea.
Así era don Celestino y así es la escuela que hoy siguen sus hijos.
Cuando sus hijos llegaron a Trigueros a su vuelta de Madrid, ya don Celestino -indomeñable casta de ganadero auténtico- había preparado una lista con más de sesenta vacas para sacrificar, lo que también hizo con el padre de los toros inválidos, un semental nuevo que no supo estar a la altura de un historial sin mácula. Repárese en las ilusiones que con las reses se enviaron ese día al matadero, en la preocupación por el porvenir, en la gallardía de un ganadero de raza para adoptar tan drástica medida a desprecio de dejar la ganadería en cuadro. Desde aquella fecha, vaca que flojea en la tienta tiene firmada su sentencia de muerte por muy brava y noble que fuere su pelea.
Así era don Celestino y así es la escuela que hoy siguen sus hijos.
Por Santi Ortiz.
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