¿Nada ejemplar y extraordinario acaeció en el Patio de los Aljibes?.
Yo recordaré siempre las saetas de un sobrino del Gallo, el torero; algunos instantes del Tenazas; y de una manera especial, la voz, el estilo, la carátula, el dinamismo, como el éxtasis de Manuel Torres, con su remoquete de Niño de Jerez. Recordaré también las guitarras de Amalio Cuenca y del Niño de Huelva, que no en balde aprietan la jabañá contra su corazón. Y recordaré a La Macarrona, onza de oro en medio de una gitanería adulterada y cromolitográfica. Sí. Inolvidable es tanto anhelo, desmayos y vehemencias, ecos de lejanías de raza, del tiempo y del espacio; fervor y superstición; simple seducción del sonido; ritmos lineales en la carne; visiones fugacísimas en siluetas relampagueantes; conjunto de diversos modos expresivos, absolutos, aunque fragmentarios, ya que semejan trozos de un enorme organismo roto, como las osamentas fabulosas hablan de una fama desaparecida. ¿Quién logrará recomponer la arquitectura destruida, reorganizar la liturgia que se desvaneció, sacar de nuevo a flote la sumergida Atlántida? Cuando menos, en el patio de los Aljibes se ha hecho el inventario de lo que todavía conservamos, y se ha jurado sobre las ruinas una nueva reconquista, precisamente en la tierra donde reconquista tiene un significado eucarístico. Manuel de Falla y su romántica y generosa mesnada tratan de devolver al pueblo su psicología y de intensificar la música artística con sugestiones de un alma casi mitológica, bizantinomero-gitana. Y comenzaron su labor el martes 13 de Junio, en la Alhambra de Granada. No acudió la luna, pero pululaban gnomos, hadas y hasta el diablo. Enorme el éxito de taquilla. Ni una localidad desocupada. Y era un público disciplinado y culto, y en el que dominaban las mujeres, muchas vistiendo trajes de 1830, y otras con pañolones antiguos, y todas con esa gallardía que es el privilegio de las granadinas. Con los abanicos, rumoreaba y aleteaba la multitud, a no ser que de pronto una copla con su emoción los paralizase, como el alfiler del entomólogo inmoviliza las mariposas.
De la revista ‘Nuevo Mundo’ de Madrid. Artículo firmado por Federico García Sanchíz y publicado el 23 de junio de 1922.
Yo recordaré siempre las saetas de un sobrino del Gallo, el torero; algunos instantes del Tenazas; y de una manera especial, la voz, el estilo, la carátula, el dinamismo, como el éxtasis de Manuel Torres, con su remoquete de Niño de Jerez. Recordaré también las guitarras de Amalio Cuenca y del Niño de Huelva, que no en balde aprietan la jabañá contra su corazón. Y recordaré a La Macarrona, onza de oro en medio de una gitanería adulterada y cromolitográfica. Sí. Inolvidable es tanto anhelo, desmayos y vehemencias, ecos de lejanías de raza, del tiempo y del espacio; fervor y superstición; simple seducción del sonido; ritmos lineales en la carne; visiones fugacísimas en siluetas relampagueantes; conjunto de diversos modos expresivos, absolutos, aunque fragmentarios, ya que semejan trozos de un enorme organismo roto, como las osamentas fabulosas hablan de una fama desaparecida. ¿Quién logrará recomponer la arquitectura destruida, reorganizar la liturgia que se desvaneció, sacar de nuevo a flote la sumergida Atlántida? Cuando menos, en el patio de los Aljibes se ha hecho el inventario de lo que todavía conservamos, y se ha jurado sobre las ruinas una nueva reconquista, precisamente en la tierra donde reconquista tiene un significado eucarístico. Manuel de Falla y su romántica y generosa mesnada tratan de devolver al pueblo su psicología y de intensificar la música artística con sugestiones de un alma casi mitológica, bizantinomero-gitana. Y comenzaron su labor el martes 13 de Junio, en la Alhambra de Granada. No acudió la luna, pero pululaban gnomos, hadas y hasta el diablo. Enorme el éxito de taquilla. Ni una localidad desocupada. Y era un público disciplinado y culto, y en el que dominaban las mujeres, muchas vistiendo trajes de 1830, y otras con pañolones antiguos, y todas con esa gallardía que es el privilegio de las granadinas. Con los abanicos, rumoreaba y aleteaba la multitud, a no ser que de pronto una copla con su emoción los paralizase, como el alfiler del entomólogo inmoviliza las mariposas.
De la revista ‘Nuevo Mundo’ de Madrid. Artículo firmado por Federico García Sanchíz y publicado el 23 de junio de 1922.
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