sábado, 24 de mayo de 2014
EL RITO
Vértigo, mucho vértigo e intensidad. La muerte del novillero Luis Miguel Farfán y del forcado Eduardo del Villar, la mandíbula destrozada de Castella, la femoral partida de David Mora, las cogidas de Nazaré y Fortes, evidencian una única verdad, esto de los toros es para gente muy especial, con un sentido de la vida muy diferente al del resto de los mortales.
Hay en el mundo del toro, una ceniza acumulada que estos acontecimientos han venido a remover, todos esos lodos que traen empresas endogámicas sin recursos para actualizarse en este siglo, así como pretendidas figuras en donde el veto prevalece sobre los verdaderos éxitos en el ruedo.
La grandeza del toreo, siempre ha residido en su más intima conexión con la muerte, la que siempre nos persigue a todos y muchos no quieren ni oírla. Y en el toreo eterno, el de templar con un valor para sortearla, como ayer hizo Perera, frente a un Juli y un Manzanares hijo, más cerca de la bisutería que de la orfebrería que exige este rito.
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