domingo, 24 de enero de 2016

HABLA MAIRENA DE TOMAS PAVON

 Fue en la década de los cuarenta, cuando Antonio Mairena, que era de la familia, comenzó a tratarlo con más intimidad y a cantar con él en algunas fiestas. En sus Confesiones, el maestro de Mairena le dedica unas líneas y relata una fiesta en La Vinícola en la que cantó genial y acabó con ella, algo que pasaba con mucha frecuencia:
“Fue una noche en La Vinícola, en la Plaza del Duque, entre Semana Santa y Feria. La reunión era de lo más apropiado, pues se puede decir que allí estaba toda la crema de los buenos aficionados que había entonces en Sevilla. Allí estaban las hermanas Pompi, Pepe Torre, María Moreno, Caracol (padre), Rafael Ortega, Enrique el Almendro, Manolo de Huelva, el Niño Ricardo, Juan Talega y yo, que había sido invitado también. ¡Ah!, y también estaba Pepe Suárez, al que me he referido en otras ocasiones. Pepe Suárez cantaba bastante bien y era, sin duda, el mejor aficionado que había en Sevilla. Era representante de González Byass y gozaba de buena posición económica, estando asimismo muy bien relacionado con el señorío que quedaba entonces. Ayudaba mucho a los artistas porque era un hombre bueno y generoso.
Pues bien, en aquella ocasión todo era solemnidad y esperar que llegara el momento de los duendes. Para empezar la fiesta, el aficionado más autorizado de los que allí había, Gabriel Gallardo, de Puebla de Cazalla, dijo:
-           Señores artistas, ¿a quién le corresponde salir cantando?
Nos miramos unos a otros y yo salté:
-          Yo soy el primero en cantar.
Salí cantando por bulerías, y la fiesta se fue animando. Unos cantaban con más calidad que otros, pero todos de bien para arriba. El último fue Tomás Pavón, que estaba sentado a mi vera y me decía:
-          Primo Antonio, ¡qué malo es tener que cantar sin poder beber!
Porque Tomás sufría una dolorosa enfermedad y no podía beber vino, sino que se tenía que limitar a tomarse un vaso de leche. Pero tenía que cantar. Y fue y le dijo a Manolo de Huelva:
-          Toca por soleá.
Cuando Tomás se templó, yo sentí un escalofrío. Estuvo cantando media hora por soleá: los cantes de Alcalá, de la Serneta, de Enrique el Mellizo, de José Illanda, de Frijones y de Triana. La reunión rayaba en el delirio ante aquel gran manantial de cantes. Todos nos mirábamos atónitos, sin saber qué nos pasaba. Y entonces se le ocurre a Gabriel decirme:
-          Mairena, ¿quiere usted cantar un poco por seguiriyas?
Y mi contestación fue rotunda:
-          Nadie puede cantar.
Y Tomás añadió:
-          Señores, perdonadme; que lo que tengo que cantar esta noche lo voy a cantar seguido, y el corazón me pide cantar por seguiriyas.
Y luego se dirigió a mí y me dijo:
-          Primo Antonio, perdóname que yo lo cante todo junto, que después no podré cantar.
Y yo noté en la cara de Tomás que el duende se le había enredado y que era el momento preciso de desprendérselo para deleite de aquella reunión. Y lo que luego ocurrió no se puede describir, ni volverá a repetirse nunca. Yo no había escuchado cantar en mi vida como cantó Tomás aquella noche: cerca de una hora cantando por seguiriyas de distintos matices, que nos sacudieron a todos de forma irresistible, algo sobre natural. Naturalmente, cuando Tomás terminó, ya no se volvió a cantar más”.