Murió hace más de medio siglo y su nombre, por mor de un choque de dogmas irreconciliables, quedó en un olvido lleno de memoria. A pesar de la certeza de que tarde o temprano todo sería indiferencia, Manuel Vallejo se fue sin dejar rastro, pero sigue esperando en silencio porque siempre intuyó que esa indiferencia se vería refrendada con el olvido en su muerte. Estamos ante uno de los cantaores más completos de la historia y, por el contrario, de los más desconocidos por la afición y menos estudiado por los analistas, acaso porque, salvado los honores que le rindió Antonio Mairena en 1982 y el homenaje que le brindó Manolo Centeno en el centenario de su nacimiento, su partidarios se escondieron tras los fantasmas y lanzaron una cruel batalla contra sus enemigos (¿?), en lugar de estudiar y difundir su obra. Y así es imposible. Como abrir frentes contra molinos de viento, es hacer el Quijote, fijemos las referencias que hagan sentirnos en una época que no vivimos, tal que el nacimiento de Manuel Jiménez y Martínez de Pinillo, ocurrido a las 12 horas del día 15 de octubre de 1891 en el número 1 de la antigua barreduela de Padilla, del sevillano barrio de San Marcos. Conocido por el segundo apellido del padre, ya que era hijo del jornalero Manuel Jiménez Vallejo y de Manuela Martínez de Pinillo y Varas, pronto dejó traslucir su timidez e inocencia desde niño, desde que correteaba por los alrededores de la plaza de la Encarnación, en cuyo mercado de abastos la familia regentaba un puesto de pescado, hasta que apareció con el apodo de Vallejillo a los 15 años de edad en el Kiosko de Pinto, o cuando debutó ya en serio en 1910 en el Puesto del Agua, también en la Alameda de Hércules, con el seudónimo de El Colorao II. Esta presentación, auspiciada por el Niño de las Marianas, le abrió las puertas de los colmaos de la Alameda y las ventas de las afueras así como la del Salón Variedades, donde figuró el año 1919 en el homenaje tributado a Antonio el Portugués, y otros cafés cantantes sevillanos, logrando por tanto la mejor de las credenciales para dar el salto hasta Madrid y debutar en el Eden Concert, de la calle Aduana. En esta primera cita madrileña la climatología hizo que Vallejo fracasara por mor de una afonía que lo tuvo cuatro años sin cantar. No obstante, reapareció el 22 de septiembre de 1922 en el Café Ideal Concert, de Sevilla, y días después, el 5 de octubre, en el Teatro Lara de Málaga, donde actuó durante diez días a razón de 100 pesetas diarias. A partir de ahí, se le localiza en Barcelona, donde graba sus primeros discos e impone su ley hasta primeros de 1925, año que queda marcado por su vuelta a Madrid, bautizándolo la afición de la capital del reino como "primera figura del cante flamenco" por su grandes éxitos, siendo el más notorio de ellos el alcanzado el 24 de agosto de 1925, la I Copa Pavón en el Teatro Pavón, de la calle Embajadores, compitiendo con Manuel Escacena, Angelillo, Pepe Marchena, El Cojo de Málaga y El Mochuelo, entre otros. El trofeo lo recibió Vallejo de manos de don Antonio Chacón, que presidió el jurado, quien quince días después le diría en una fiesta celebrada en Villa Rosa con motivo del galardón: "Te he dao la copa porque la mereces, pero la Vieja -por Marchena-, ganará más dinero que tú". Vallejo sienta de nuevo cátedra en Madrid, donde el 29 de agosto cantó en el Teatro Olimpia en un homenaje a La Coquinera, así como dos meses después en el Romea, junto a Manuel Centeno, pero también en Barcelona, donde se mantuvo hasta septiembre de 1926 en que regresó a la capital para participar de nuevo en el concurso Copa Pavón, triunfando en esta segunda edición su paisano Manuel Centeno, gracias tanto a una soberbia saeta cuanto a los intereses empresariales. Aquella polémica decisión quedó rebocada el 5 de octubre de 1926, cuando Vallejo, por acuerdo unánime de todos sus compañeros artistas, recibió de manos de Manuel Torre la Llave de Oro del Cante, galardón que entonces carecía de toda significación pero con el que el maestro sevillano continuó dejando muestras de su destreza cantaora en troupes hasta conformar su propia compañía, con la que recorrió todo el territorio español y Marruecos.
Vallejo se erige, pues, en símbolo de toda una época, la Ópera Flamenca, y sobresale en toda la geografía tanto por su cante como por su baile por bulerías. En 1928, por ejemplo, gira con Chacón, Niña de los Peines, José Cepero, El Estampío, Frasquillo, Carmen Vargas o La Quica con la Solemne fiesta andaluza. Un año después incluye en su compañía a Carmen Amaya, y en 1930, ya con El Sevillanito, protagonizó el espectáculo Nobleza gitana, en Barcelona, al tiempo que ese mismo año realizó una gira con El Pena hijo, tónica que mantuvo hasta después de la Guerra Civil. En los 40 decae con creces la actividad artística en los teatros y se busca la vida en los colmaos de Madrid, para luego, en 1947, encabezar Solera andaluza y en 1950, capitanear El sentir de la copla. Pasado el tiempo, reseñamos una de las actuaciones memorables de Vallejo en la clausura de los Festivales de Primavera de Sevilla, en el Patio de Banderas, donde el 5 de junio de 1954 encabezó un cartel con La Malena, Antonio Mairena, Juan el Cuacua, La Paquera, Fernanda y Bernarda de Utrera y Terremoto, entre otros. Fue en el ecuador de los cincuenta cuando, con motivo del homenaje a Luisa Ortega en el Teatro Lope de Vega, cantó por última vez en Sevilla. Regentaba una pescadería en la calle Hombre de Piedra pero padeció serias estrecheces económicas. Solía pasar todas las mañanas en una de las mesas del bar Las Maravillas, esquina Alameda de Hércules con la calle Amor de Dios. Allí, con sus alfileritos en la barriga e inmerso en la soledad de sus silencios, en sus rarezas y en su soltería, se encontró indispuesto el 1 de agosto de 1960, siendo trasladado al Hospital Central, donde falleció a las 15.30 horas del domingo 7 de agosto a consecuencia de un ictus apoplético, recibiendo al día siguiente cristiana sepultura en el cementerio sevillano de San Fernando. No pudo volver ni tan siquiera a su domicilio, en el número 10 de la calle Amparo, para ordenar sus cosas. Sólo atendido por sus sobrinos, se fue abandonado por sus amigos, siendo Fregenal y El Pajarero los únicos artistas que asistieron al entierro, silencio que se prolongó hasta 1982 en que, a instancias entre otros de Antonio Mairena y Manuel Centeno Fernández, se colocó una placa en la casa donde nació. Luego, en 1991, con motivo del centenario de su nacimiento, el propio Centeno le organizó unas magníficas jornadas en la Peña Torres Macarena.
jueves, 28 de julio de 2011
GALLERIAS
martes, 26 de julio de 2011
MORANTE EN VITORIA
Por D. Álvaro Suso, de "elpais.es".
Cuando salió al ruedo el quinto de la tarde, Productor de nombre y con el hierro de Román Sorando, Morante de la Puebla mandó a su subalterno que lo recibiese. Algunos pitaron su actitud, pero el sevillano quería verlo en sus primeras embestidas. Al estilo de los toreros antiguos, cuando las reses se paraban por el peón de confianza y el matador estudiaba los primeros instintos del astado. Fueron tres lances, suficientes para que el de La Puebla del Río saliese al ruedo pisando distinto, con decisión; tres lances del peón de brega y un gesto de Morante que hizo presumir faena grande.
El éxito se basó en la exigencia de los toreros y la pobreza del ganado
A pesar de sufrir un resbalón que deslució sus primeras verónicas, el sevillano acarició al de Sorando antes de la media de remate que arrancó un olé unánime en los tendidos. Se mascaba el triunfo. La suerte de varas tampoco existió en este toro. Al igual que sus tres hermanos las fuerzas brillaban por su ausencia y se trataba de no quebrantar en nada al morlaco. Así que los picadores vivieron un día festivo en su paso por Vitoria.
A Morante le había gustado la forma de meter la cara de aquel zapatito de Sorando, bonito de estampa y cortado a la medida de los toreros artistas. Tocaba disfrutar y lo hizo tanto el torero como los cinco mil aficionados que se dieron cita en el coso vitoriano. No pudo exprimir a su enemigo por la falta de fuerza y ni siquiera llegó a bajarle la mano como deseó en varias series, pero el sevillano disfrutó con los suaves derechazos en los que basó la faena. Unos ayudados por alto rematados con un remate despacioso por el pitón izquierdo firmaron una faena llena de destellos artísticos, que mantuvieron la atención de los espectadores. La estocada certera selló el premio de dos orejas que le llevó a abandonar el coso en hombros.
Cuando salió al ruedo el quinto de la tarde, Productor de nombre y con el hierro de Román Sorando, Morante de la Puebla mandó a su subalterno que lo recibiese. Algunos pitaron su actitud, pero el sevillano quería verlo en sus primeras embestidas. Al estilo de los toreros antiguos, cuando las reses se paraban por el peón de confianza y el matador estudiaba los primeros instintos del astado. Fueron tres lances, suficientes para que el de La Puebla del Río saliese al ruedo pisando distinto, con decisión; tres lances del peón de brega y un gesto de Morante que hizo presumir faena grande.
El éxito se basó en la exigencia de los toreros y la pobreza del ganado
A pesar de sufrir un resbalón que deslució sus primeras verónicas, el sevillano acarició al de Sorando antes de la media de remate que arrancó un olé unánime en los tendidos. Se mascaba el triunfo. La suerte de varas tampoco existió en este toro. Al igual que sus tres hermanos las fuerzas brillaban por su ausencia y se trataba de no quebrantar en nada al morlaco. Así que los picadores vivieron un día festivo en su paso por Vitoria.
A Morante le había gustado la forma de meter la cara de aquel zapatito de Sorando, bonito de estampa y cortado a la medida de los toreros artistas. Tocaba disfrutar y lo hizo tanto el torero como los cinco mil aficionados que se dieron cita en el coso vitoriano. No pudo exprimir a su enemigo por la falta de fuerza y ni siquiera llegó a bajarle la mano como deseó en varias series, pero el sevillano disfrutó con los suaves derechazos en los que basó la faena. Unos ayudados por alto rematados con un remate despacioso por el pitón izquierdo firmaron una faena llena de destellos artísticos, que mantuvieron la atención de los espectadores. La estocada certera selló el premio de dos orejas que le llevó a abandonar el coso en hombros.
SER CANTAOR
Julián Cortés-Cavanillas-¿Qué dotes consideras necesarias para ser un "cantaor" de verdad?
Manolo Caracol-Pues la primera ser hombre, tener corazón, que gusten los toros, el vino y las mujeres y luego poseer una voz con rasgos gitanos. Sin todo eso se podrá cantar, pero mal.
Manolo Caracol-Pues la primera ser hombre, tener corazón, que gusten los toros, el vino y las mujeres y luego poseer una voz con rasgos gitanos. Sin todo eso se podrá cantar, pero mal.
lunes, 25 de julio de 2011
LA VISPERA
Ante tanta embriaguez de “tomatosis” unos pocos cabales, con sensatez, mascullaban por lo bajo, no fueran a ser objeto de estigmatización o algo más, que todo el dispositivo logístico y aparato propagandista desde que se anunció la reaparición del “monstruo” volcados en exclusiva hacia su figura como único soporte de la feria, era una falta de respeto, más que ninguneo, desprecio, a las tres grandes figuras que voluntariamente se habían prestado -por un plus de honorarios y derecho al mangoneo de corrales- a hacer de teloneros.
Muchos de esos pocos esperábamos una reacción delante del toro esa tarde de víspera que entraban en turno, y lo que la mayoría guardó para la tarde del sábado (hora en el estilista para pelo, manicura, pedicura, axilas e ingles, hacer venir de Madrid al sastre de cabecera para la última prueba del terno de efemérides) otros, ilusos, lo adelantamos 24 horas en la creencia que “el toro pondría a cada uno en su sitio”.
¡Joder! Que si los puso, porque no hubo toros.
Un simulacro de corrida de Garcigrande fue la opción de gran comodidad que decidieron Ponce, El Juli y Manzanares poniendo en cuarentena la grandeza y el orgullo torero que siempre definió a una figura, más cuando les están pisoteando, sibilinamente - cierto-, esa condición reduciendo la tauromaquia al monopolio de un solo espada, por grande que éste sea.
No hubo toros, dicho está.
No se esmeraron que los hubiera, pero tampoco las figuras dieron la talla como tal con los animalejos. Como si sufrieran el síndrome del día de antes.
Ponce no se inventó, como era habitual en él, más en Valencia, un primero cruzado con burra. Sí estuvo bien en su segundo tras una larguísima faena pero se arrugó con la espada.
El Juli se entregó con un animal complicado, pero ni el torillo decía nada a los tendidos ni estos quisieron, injustamente enterarse. En el quinto, malo y peligroso, con un “imbécil” vociferando en el tendido, El Juli, extrañamente, se afligió, o mejor dicho empanó sus ideas. Y Manzanares, más sagaz, con un poco de empaque -para lo que no hace falta esconder la pierna de salida de forma tan contumaz como viciosa- y un tanto de recurso y efectismo a la hora de matar en la suerte del encuentro, consiguió cortar una oreja a cada uno, independientemente que tanto ensayar el supuesto “recibir” se le ladeara el punto de mira y las espadas entraran por la variante.
Alguien, conociendo el paño, pensará que el último cepillado de la alfombra roja sobre la que asegurar el triunfo de José Tomás en su reaparición era reventar la corrida de las figuras, artesanía en la que hay verdaderos expertos pero no hizo falta.
La corrida la habían reventado ellos, las figuras del cartel, desde que se anunciaron de tal guisa, con premeditación y, si no alevosía, sí asumiendo su condición acomodaticia propia de segundones; digamos,en época de ciclismo, los ’Poulidor’ de turno en la era Anquetil o en fase doméstica los ’Perez Francés’ de la época de Bahamontes.
Y como titula un diario, José Tomás reventó el toreo.
José Tomás es lo que es por sí mismo, un extraordinario torero.
Pero sus colegas se lo ponen más fácil que los lacayos a Fernando VII las bolas o, los medradores de la época, las truchas y los salmones a Franco.
En clave política y en Valencia: si a Camps le han arruinado su carrera tres birrias de trajes; tres de las figuras emblemáticas de la tauromaquia, y dos de ellas, de época e históricas, han despilfarrado -después de tirar del carro muchos años con temporadas de La Magdalena a El Pilar, matar de casi todo, en todas las plazas y con todos los compañeros; protagonizar gestos y gestas, heroicidades, sufrir cornadas...- una ocasión mollar ( en el lugar y fecha indicada) de callar bocas, ridiculizar el exclusivismo y su propaganda, para, ante la convulsión y confusión de la reaparición de José Tomás en plazas y carteles de perfil bajo y en temporada menguada, asir el cetro del toreo sin discusión ni debates estériles, voluntaristas, o club de fans de neoaficionados o advenedizos.
Todo por una “detritus” de corrida de toros. Escogida por ellos, si es que había alguna duda.
Es posible que lo sienta yo más, y algunos como yo, que ellos mismos.
¡Se torero y juégate la vida! Para esto.
En clave italiana: ¡Piove, porco governo! ¡grande miseria!
PD.-
Acaparado todo por la reaparición, parece que ni existió feria, ni toreros que la alimentaran por mucho que Alberto Aguilar estuviera soberbio, lo mejor del serial virtual, que José Calvo diera una gran dimensión de torero de calidad, que el hierro de La Quinta marcara el señuelo de lo que es un toro.
Efímero fue el cariño -más que reconocimiento efusivo- por Vicente Barrera, icono de la valencianía oficialista, de muy digna y densa carrera, al que facilitaron la foto íntima de recuerdo de su última tarde saliendo en hombros de un par, o tres, capitalistas, con los tendidos en diáspora.
Como desapercibida pasó la oreja de un compuesto El Cid en tan solo uno de sus toros -tampoco fue de las de enmarcar, dicha oreja-, e inédito quedó el joven Luque que, dicho sea de paso, tampoco hizo mucho por significarse. Todo con un corrida de Juan Pedro bondadosa, un punto feble, muy para estar desahogados los toreros, pero al límite de todo lo que deber ser o parecerse una corrida de toros; más en un feria preconcebidamente fantasma.
******
Por Pedro Javier Cáceres. El Imparcial
Muchos de esos pocos esperábamos una reacción delante del toro esa tarde de víspera que entraban en turno, y lo que la mayoría guardó para la tarde del sábado (hora en el estilista para pelo, manicura, pedicura, axilas e ingles, hacer venir de Madrid al sastre de cabecera para la última prueba del terno de efemérides) otros, ilusos, lo adelantamos 24 horas en la creencia que “el toro pondría a cada uno en su sitio”.
¡Joder! Que si los puso, porque no hubo toros.
Un simulacro de corrida de Garcigrande fue la opción de gran comodidad que decidieron Ponce, El Juli y Manzanares poniendo en cuarentena la grandeza y el orgullo torero que siempre definió a una figura, más cuando les están pisoteando, sibilinamente - cierto-, esa condición reduciendo la tauromaquia al monopolio de un solo espada, por grande que éste sea.
No hubo toros, dicho está.
No se esmeraron que los hubiera, pero tampoco las figuras dieron la talla como tal con los animalejos. Como si sufrieran el síndrome del día de antes.
Ponce no se inventó, como era habitual en él, más en Valencia, un primero cruzado con burra. Sí estuvo bien en su segundo tras una larguísima faena pero se arrugó con la espada.
El Juli se entregó con un animal complicado, pero ni el torillo decía nada a los tendidos ni estos quisieron, injustamente enterarse. En el quinto, malo y peligroso, con un “imbécil” vociferando en el tendido, El Juli, extrañamente, se afligió, o mejor dicho empanó sus ideas. Y Manzanares, más sagaz, con un poco de empaque -para lo que no hace falta esconder la pierna de salida de forma tan contumaz como viciosa- y un tanto de recurso y efectismo a la hora de matar en la suerte del encuentro, consiguió cortar una oreja a cada uno, independientemente que tanto ensayar el supuesto “recibir” se le ladeara el punto de mira y las espadas entraran por la variante.
Alguien, conociendo el paño, pensará que el último cepillado de la alfombra roja sobre la que asegurar el triunfo de José Tomás en su reaparición era reventar la corrida de las figuras, artesanía en la que hay verdaderos expertos pero no hizo falta.
La corrida la habían reventado ellos, las figuras del cartel, desde que se anunciaron de tal guisa, con premeditación y, si no alevosía, sí asumiendo su condición acomodaticia propia de segundones; digamos,en época de ciclismo, los ’Poulidor’ de turno en la era Anquetil o en fase doméstica los ’Perez Francés’ de la época de Bahamontes.
Y como titula un diario, José Tomás reventó el toreo.
José Tomás es lo que es por sí mismo, un extraordinario torero.
Pero sus colegas se lo ponen más fácil que los lacayos a Fernando VII las bolas o, los medradores de la época, las truchas y los salmones a Franco.
En clave política y en Valencia: si a Camps le han arruinado su carrera tres birrias de trajes; tres de las figuras emblemáticas de la tauromaquia, y dos de ellas, de época e históricas, han despilfarrado -después de tirar del carro muchos años con temporadas de La Magdalena a El Pilar, matar de casi todo, en todas las plazas y con todos los compañeros; protagonizar gestos y gestas, heroicidades, sufrir cornadas...- una ocasión mollar ( en el lugar y fecha indicada) de callar bocas, ridiculizar el exclusivismo y su propaganda, para, ante la convulsión y confusión de la reaparición de José Tomás en plazas y carteles de perfil bajo y en temporada menguada, asir el cetro del toreo sin discusión ni debates estériles, voluntaristas, o club de fans de neoaficionados o advenedizos.
Todo por una “detritus” de corrida de toros. Escogida por ellos, si es que había alguna duda.
Es posible que lo sienta yo más, y algunos como yo, que ellos mismos.
¡Se torero y juégate la vida! Para esto.
En clave italiana: ¡Piove, porco governo! ¡grande miseria!
PD.-
Acaparado todo por la reaparición, parece que ni existió feria, ni toreros que la alimentaran por mucho que Alberto Aguilar estuviera soberbio, lo mejor del serial virtual, que José Calvo diera una gran dimensión de torero de calidad, que el hierro de La Quinta marcara el señuelo de lo que es un toro.
Efímero fue el cariño -más que reconocimiento efusivo- por Vicente Barrera, icono de la valencianía oficialista, de muy digna y densa carrera, al que facilitaron la foto íntima de recuerdo de su última tarde saliendo en hombros de un par, o tres, capitalistas, con los tendidos en diáspora.
Como desapercibida pasó la oreja de un compuesto El Cid en tan solo uno de sus toros -tampoco fue de las de enmarcar, dicha oreja-, e inédito quedó el joven Luque que, dicho sea de paso, tampoco hizo mucho por significarse. Todo con un corrida de Juan Pedro bondadosa, un punto feble, muy para estar desahogados los toreros, pero al límite de todo lo que deber ser o parecerse una corrida de toros; más en un feria preconcebidamente fantasma.
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Por Pedro Javier Cáceres. El Imparcial
viernes, 22 de julio de 2011
PASANDO
Pasando de críticos, pasando de místicos,
pasándolo bien.
Pasando de bodas, pasando de modas,
pasándolo bien.
Pasando de miedos, pasando de credos,
pasándolo bien.
Hay también quien se dedica a disparar
balas que me rozan pero no me dan
al paso que vamos me figuro que
cumpliré más años que Matusalén.
Muriendo y resucitando
sigo vivo y coleando
pero pasando, eh, eh, eh.
Pasando de mitos, pasando de gritos,
pasándolo bien.
Pasando de puros, pasando de duros,
pasándolo bien.
Pasando de cultos, pasando de insultos,
pasándolo bien.
Pasando de insectos, pasando de ineptos,
pasándolo bien.
Pasando de novias, pasando de fobias,
pasándolo bien.
Pasando de atletas, pasando de anfetas,
pasándolo bien.
Pasando de gafes, pasando de catres,
pasándolo bien.
Pasando de pili, pasando de mili,
pasándolo bien.
Pasando de lemas, pasando de esquemas,
pasándolo bien.
Pasando, pasando.
Letra Joaquín Sabina
martes, 12 de julio de 2011
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