domingo, 23 de marzo de 2014

EL CAMINO DE LOS GITANOS

La paradoja de las minorías: dibujan un contexto social diferente, convierten en reales las utopías del imaginario popular... pero viven ancladas en un estereotipo condicionado por su tamaño. La historia del pueblo gitano en España relega a esta minoría, la más antigua, más numerosa y más representativa de nuestro país, a un par de tópicos recurrentes. El asistencialismo social, el folclore pintoresco, un niño de mirada desafiante y Camarón con el cuello como una bomba atómica. El experto Juan de Dios Ramírez-Heredia lo apunta en un texto que forma parte del catálogo de la exposición 'Vidas Gitanas': solo habrá un cambio de percepción de la cultura gitana cuando se junten dos premisas, «la voluntad manifiesta de los propios gitanos de superar siglos de separación» y el hecho de que los medios de comunicación «no difundan informaciones que puedan crear o fomentar una imagen de los gitanos que no se corresponde con la real». Que aunque un hombre sin vicios tiene muy pocas virtudes... los gitanos no son maleantes con corazón de artistas. La muestra, que puede verse hasta el próximo 4 de mayo en el Centro del Carmen de Valencia, está organizada por Acción Cultural Española, Fundación Instituto de Cultura Gitana y el Consorcio de Museos y está comisariada por Joaquín López Bustamante y Joan Manuel Oleaque. Según el director del Instituto de Cultura Gitana, Diego Fernández, la muestra que llega a hora a Valencia es «la más completa de todas», superando a otras en Budapest, Viena, Lisboa, Granada o Madrid. La cultura gitana en Valencia, en la Comunidad, está fuertemente arraigada. De hecho, el propio Oleaque, profesor de la Universidad Internacional Valenciana (VIU), data en 1460 la llegada de los primeros gitanos a la Comunidad, a través de Castellón, y marca como procedencia original la India, donde se dispersaron por la antigua Persia y Asia Menor hasta desplazarse hacia toda Europa, llegando a España en la primera mitad del siglo XV y en la segunda mitad hasta la Comunidad. Más de 50.000 gitanos viven en las tres provincias. Valencia es tierra propicia, «tierra de fuego», de magia «que impregna el misterio», según Oleaque. Aunque la exposición tira menos de datos y apuesta por el legado cultural. Por un lado, recoge algunos de los documentos históricos más relevantes de los siglos XV al XVIII que marcan el paso del pueblo gitano por España. Por otro, «una mirada al romanticismo y a la influencia de lo gitano en la creación artística», según apuntan desde el Centro del Carmen, a través de grabados y fotografía antigua, procedentes de diversos museos y colecciones particulares. Avanzando el tiempo, la exposición serpentea por los oficios históricos, la realidad de los gitanos a finales del siglo XIX, principios del XX, y cómo se representa a los gitanos en esta época de manera idealizada a través de las miradas extranjeras de los viajeros fascinados por Andalucía. Desde grabados de Doré a las antiguas fotografías de Napper. Más de 300 piezas en total. 'Vidas Gitanas' se detiene también en la mirada de las artes hacia lo gitano: en la literatura -las vanguardias, la generación del 27 con García Lorca como icono (puede verse la primera edición del Romancero Gitano-, en las artes plásticas -reflejada en la obra escultórica de Benlliure (que modeló a Pastora Imperio), o de pintores como Dalí, Picasso, Romero de Torres, Nonell o Sorolla- y la inspiración gitana en la música de Falla, Granados o Albéniz. Y muchas fotografías de nombres imprescindibles como Jacques Lèonard, Steve Kahn, Catalá Roca, Colita, Vidal Ventosa, Jesús Salinas, Isabel Muñoz o Cristina García Rodero. La muestra lleva por subtítulo Lungo Drom o 'Largo Camino' en lenguaje caló. Según Fernández, «un camino complicado» que pese a todo no aparece como mirada «victimista, sino positiva». «No hay línea de separación entre payos y gitanos, sino entre racistas y no racistas», dijo también. Una clara mirada al pasado, por aquello de no todo lo que ocurrió se tiene que dar por supuesto (la cultura gitana no es conocida más allá de un par de mitos y un buen puñado de tópicos) pero cuya repercusión pasa por el futuro. «Tenemos pasado pero también tenemos futuro», finaliza Fernández, «lo único que tenemos que hacer es adaptarnos al siglo XXI». Como cualquiera, como todos. Daniel Borrás. Diario El Mundo

domingo, 16 de marzo de 2014

DEL ESTILISMO AL ARTE HAY UN ABISMO

Valencia sacó a hombros a José María Manzanares como rey del estilismo y premió y gozó con el arte de Morante de la Puebla y Finito de Córdoba, que causaron huella en el aficionado. Del estilismo al arte hay un abismo aunque el público compre en masa el envoltorio antes que la esencia. Es algo que va en la modernidad. El gusto por la pomposidad, la pólvora y el ruido por encima de las nueces, la porcelana hueca en contraste con el bronce macizo. La gente disfrutó con todo y especialmente con lo suyo. Zabala de la Serna.

miércoles, 12 de marzo de 2014

38 MINUTOS DE CAMARÓN

Desde muchos metros antes de llegar al local donde iba a cantar Camarón se oían las palmas y el jaleo. Los gitanos, en grupos a la puerta de entrada del local, habían organizado ya su fiesta particular. ¿Eran quienes se habían quedado sin entradas, o las tenían y estaban calentando motores a su aire? Cualquiera sabe. Desde luego, de buena fuente supe que habían limitado la venta de entradas a 1.000, para evitar tumultos, y que ante la extraordinaria demanda Camarón cantaría un día más, es decir, ayer. No sé si respetaron rigurosamente ese cupo, pero sí hubo gente que se quedó en la calle. Claro que tumulto hubo igual, aunque el dispositivo de seguridad era a la vista importante. Desde la baranda del piso superior, la pista era un mar de cabezas a razón de seis, u ocho, o más, por metro cuadrado. Un público variopinto, como era de esperar. Los gitanos no faltaban, por supuesto; ellas, guapísimas, vestidísimas, brillantísimas; y algunas con sus churumbeles, no faltaba más. El resto, gente joven de todo cariz, desde el progre más o menos discreto hasta el punky de cresta multicolor. Hasta las once, hora anunciada para el comienzo del espectáculo, la gente estuvo bastante tranquila, con sólo los gitanos amagando su jaleo privado acá y allá. Los efluvios dulzones del porro eran cada vez más perceptibles. A las 23.10 se empezaron a notar los primeros síntomas de impaciencia. Pero el respetable todavía estaba de buen talante y optó por las palmas a compás, que quedaron muy bien, por cierto. Cinco minutos después la cosa comenzó a ponerse fea. Una pita fenomenal, impresionante, como la que se puede llevar en el ruedo un Curro Romero en tarde de desgracia. La larga espera El cuarto de hora siguiente fue de bronca continuada en que hubo de todo, desde silbidos estentóreos a palmas de tango, sin olvidar los gritos y las imprecaciones de lo más airado.Y al fin salió Tomatito con su guitarra, y detrás Camarón. Eran las 23.32 en punto de la noche. Le recibió una ovación de gala, de ésas con las que se saluda la presidencia de los rockeros de postín. Otra ovación, más bien un grito estentóreo de gusto, acogió el único anuncio que hizo en toda la noche: "Voy a cantar por soleá, por bulerías, y luego todo lo que queráis". El cantaor de la Isla mentía como miente siempre, porque él sabe muy bien que habitualmente no canta más de 40 minutos, canta lo que quiere -casi siempre lo mismo, alegrías, soleares, tangos, bulerías, fandangos-, y se mete sin atender los requerimientos del respetable, que quisiera oírle mucho más. En Rock Club cantó, exactamente 38 minutos. Hubo quien quiso oírle casi en trance de misticismo, como los fanáticos fundamentalistas islámicos pueden oír al ayatolá Jomeini, que les ordena matar a Rushie en un ambiente así es muy difícil, yo diría imposible, el sílencio en que se debe escuchar el cante. No fue posible; pese a lo cual a Camarón se le jaleó y ovacionó constantemente. Su público le concede, incondicionalmente, bula de santidad flamenca. Nadie antes que él, en el arte jondo, gozó de una tal afección. El mito Pero, ¿a todo esto, cómo cantó Camarón? Bueno, eantó bien, pero no fue una noche memorable. Tampoco para correrle a gorrazos o meterle preso. Cantó bien. Se entregó, evidentemente, y a veces tuvo esas genialidades suyas, los quiebros de sabor flamenquísimo, ese desgarro de increíble belleza, el romper la voz a tumba abierta.Pero el ambiente, lo repito, no permitía exquisiteces así, y lógicamente el cantaor no las prodigó. Un constante ruido de fondo, la gente que no se callaba, gritos, imprecaciones: "¡Ya me puedo morir tranquila, Camarón, hijo!". "¡Vamos -a escuchar, hombre!". "¡Monstruo, que eres un monstruo!". "¡Callarse, coño!"... Cualquier parecido con la audiencia que exige el cante flamenco fue pura coincidencia. Por añadidura, el sonido era de verbena. Nuestra obligación de cronistas es dar testimonio de que Camarón de la Isla tuvo un éxito clamoroso. Los mitos son intocables para el gran público. ¡Qué le vamos a hacer! Angel Alvarez Caballero. 18 de marzo de 1989. )