domingo, 5 de enero de 2014
A Juan Moneo “El Torta” Carta abierta a Rolling Stone:
Escribo desde la admiración y el asco.
He visto la portada de la revista Rolling Stone dedicada a Camarón. “Que ya iba siendo hora”. Es raro encontrar una reflexión en la portada. Pero si no lo hace Rolling Stone ¿quién lo iba a hacer?. No voy a glosar los hallazgos y la importancia de la revista. Me gustaría profundizar en esa reflexión, en el “ya iba siendo hora” y en el papel de los comentaristas musicales y los medios de comunicación respecto al flamenco. Yo empecé a escuchar flamenco por Camarón y por Paco de Lucía como tantos otros. Luego fui compañero de viaje de Jorge Pardo, de José Antonio Galicia y de ese largo etcétera de músicos que desde el jazz descubrían en el mundo flamenco lo mismo que Miles Davis, Mingus o Monk habían descubierto en el blues, o en sus raíces, o en su imaginación. ¡Arte!
Rolling Stone, la revista, puso en los años sesenta encima de la mesa la capacidad transformadora del rock, veíamos las películas de Woodstoock y a Otis Redding en el festival de Monterrey . Imaginábamos a Jagger y Richards tratando de copiar a Muddy Waters. Leíamos las crónicas mientras el instinto revolucionario que se atisbaba en Jimi Hendrix o Los Doors se quedaban en el camino entre crónicas de sexo, drogas y rock and roll.
Vimos de cerca la revolución del punk, llegaron los que siempre había estado lejos (incluidos Lou Reed y Los Ramones). Llegó la nueva ola, la licra y los cardados y uno tuvo la suerte (y la dicha) de cruzarse con Enrique Morente. ¡Joder! ¡!Qué duro es el flamenco! Empiezas a escuchar cosas muy fuertes. Cosas que duelen: “Cuando canto a gusto la boca me sabe a sangre” que decía tía Anica, ni Billie Holiday había dicho algo así. Nos convertimos en perseguidores de emociones, las de presente y las del pasado. Íbamos a cada concierto de Pata Negra, buscando el futuro y alternábamos las vanguardias del jazz con Tom Waits, buscamos en África y en Fela Kuti y en Cuba la parte de nosotros que estaba en el flamenco y seguimos perseverando con ayuda de los discos del Profesor Longhair y los conciertos buenos del Doctor John y los malos de James Brown y los desastrosos de Nirvana, las escalofriantes miradas de Miles Davis y los “Blindfold test” con Ebbe Traberg mientras viajábamos para aguantar un concierto entero de Ornette Coleman y todo eso y muchas cosas más (conocer a Cachao a Compay Segundo y a Chavela Vargas, a Peret, al Pescailla y al Chacho). Todo eso, y más, me importa una mierda porque se ha muerto Juan Moneo “El Torta”.
Estos días leerán mucho sobre él porque en las redacciones de periódicos y en revistas les importa una mierda cuando dices “he visto el concierto del año” o “he tenido el escalofrío del siglo”. Lo que importa, lo que hay que sacar, es un panegírico sobre el muerto. Dicen por ahí que el periodismo agoniza, nadie hará una crónica de eso porque los periodistas estaremos en una rueda de prensa televisada de un político o preparando el obituario de una muerte anunciada.
Me duele la muerte de El Torta porque ese tío me ha vuelto del revés como lo hicieron Camarón y Morente. Me duele en el recuerdo de aquella noche que estaba cantando bien en el Clamores y entonces ocurrió: El Torta olvida el micrófono y lanza un quejío que te atraviesa los sentidos y se aloja en algún lugar de tu cuerpo, o de tu alma. Y te conviertes en el ser más triste del planeta.
Y entonces…lloras. José Manuel Gómez “Gufi”. Tiempo de hoy
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