jueves, 28 de julio de 2011

UN HEROE SIN CRONICA

Murió hace más de medio siglo y su nombre, por mor de un choque de dogmas irreconciliables, quedó en un olvido lleno de memoria. A pesar de la certeza de que tarde o temprano todo sería indiferencia, Manuel Vallejo se fue sin dejar rastro, pero sigue esperando en silencio porque siempre intuyó que esa indiferencia se vería refrendada con el olvido en su muerte. Estamos ante uno de los cantaores más completos de la historia y, por el contrario, de los más desconocidos por la afición y menos estudiado por los analistas, acaso porque, salvado los honores que le rindió Antonio Mairena en 1982 y el homenaje que le brindó Manolo Centeno en el centenario de su nacimiento, su partidarios se escondieron tras los fantasmas y lanzaron una cruel batalla contra sus enemigos (¿?), en lugar de estudiar y difundir su obra. Y así es imposible. Como abrir frentes contra molinos de viento, es hacer el Quijote, fijemos las referencias que hagan sentirnos en una época que no vivimos, tal que el nacimiento de Manuel Jiménez y Martínez de Pinillo, ocurrido a las 12 horas del día 15 de octubre de 1891 en el número 1 de la antigua barreduela de Padilla, del sevillano barrio de San Marcos. Conocido por el segundo apellido del padre, ya que era hijo del jornalero Manuel Jiménez Vallejo y de Manuela Martínez de Pinillo y Varas, pronto dejó traslucir su timidez e inocencia desde niño, desde que correteaba por los alrededores de la plaza de la Encarnación, en cuyo mercado de abastos la familia regentaba un puesto de pescado, hasta que apareció con el apodo de Vallejillo a los 15 años de edad en el Kiosko de Pinto, o cuando debutó ya en serio en 1910 en el Puesto del Agua, también en la Alameda de Hércules, con el seudónimo de El Colorao II. Esta presentación, auspiciada por el Niño de las Marianas, le abrió las puertas de los colmaos de la Alameda y las ventas de las afueras así como la del Salón Variedades, donde figuró el año 1919 en el homenaje tributado a Antonio el Portugués, y otros cafés cantantes sevillanos, logrando por tanto la mejor de las credenciales para dar el salto hasta Madrid y debutar en el Eden Concert, de la calle Aduana. En esta primera cita madrileña la climatología hizo que Vallejo fracasara por mor de una afonía que lo tuvo cuatro años sin cantar. No obstante, reapareció el 22 de septiembre de 1922 en el Café Ideal Concert, de Sevilla, y días después, el 5 de octubre, en el Teatro Lara de Málaga, donde actuó durante diez días a razón de 100 pesetas diarias. A partir de ahí, se le localiza en Barcelona, donde graba sus primeros discos e impone su ley hasta primeros de 1925, año que queda marcado por su vuelta a Madrid, bautizándolo la afición de la capital del reino como "primera figura del cante flamenco" por su grandes éxitos, siendo el más notorio de ellos el alcanzado el 24 de agosto de 1925, la I Copa Pavón en el Teatro Pavón, de la calle Embajadores, compitiendo con Manuel Escacena, Angelillo, Pepe Marchena, El Cojo de Málaga y El Mochuelo, entre otros. El trofeo lo recibió Vallejo de manos de don Antonio Chacón, que presidió el jurado, quien quince días después le diría en una fiesta celebrada en Villa Rosa con motivo del galardón: "Te he dao la copa porque la mereces, pero la Vieja -por Marchena-, ganará más dinero que tú". Vallejo sienta de nuevo cátedra en Madrid, donde el 29 de agosto cantó en el Teatro Olimpia en un homenaje a La Coquinera, así como dos meses después en el Romea, junto a Manuel Centeno, pero también en Barcelona, donde se mantuvo hasta septiembre de 1926 en que regresó a la capital para participar de nuevo en el concurso Copa Pavón, triunfando en esta segunda edición su paisano Manuel Centeno, gracias tanto a una soberbia saeta cuanto a los intereses empresariales. Aquella polémica decisión quedó rebocada el 5 de octubre de 1926, cuando Vallejo, por acuerdo unánime de todos sus compañeros artistas, recibió de manos de Manuel Torre la Llave de Oro del Cante, galardón que entonces carecía de toda significación pero con el que el maestro sevillano continuó dejando muestras de su destreza cantaora en troupes hasta conformar su propia compañía, con la que recorrió todo el territorio español y Marruecos.
Vallejo se erige, pues, en símbolo de toda una época, la Ópera Flamenca, y sobresale en toda la geografía tanto por su cante como por su baile por bulerías. En 1928, por ejemplo, gira con Chacón, Niña de los Peines, José Cepero, El Estampío, Frasquillo, Carmen Vargas o La Quica con la Solemne fiesta andaluza. Un año después incluye en su compañía a Carmen Amaya, y en 1930, ya con El Sevillanito, protagonizó el espectáculo Nobleza gitana, en Barcelona, al tiempo que ese mismo año realizó una gira con El Pena hijo, tónica que mantuvo hasta después de la Guerra Civil. En los 40 decae con creces la actividad artística en los teatros y se busca la vida en los colmaos de Madrid, para luego, en 1947, encabezar Solera andaluza y en 1950, capitanear El sentir de la copla. Pasado el tiempo, reseñamos una de las actuaciones memorables de Vallejo en la clausura de los Festivales de Primavera de Sevilla, en el Patio de Banderas, donde el 5 de junio de 1954 encabezó un cartel con La Malena, Antonio Mairena, Juan el Cuacua, La Paquera, Fernanda y Bernarda de Utrera y Terremoto, entre otros. Fue en el ecuador de los cincuenta cuando, con motivo del homenaje a Luisa Ortega en el Teatro Lope de Vega, cantó por última vez en Sevilla. Regentaba una pescadería en la calle Hombre de Piedra pero padeció serias estrecheces económicas. Solía pasar todas las mañanas en una de las mesas del bar Las Maravillas, esquina Alameda de Hércules con la calle Amor de Dios. Allí, con sus alfileritos en la barriga e inmerso en la soledad de sus silencios, en sus rarezas y en su soltería, se encontró indispuesto el 1 de agosto de 1960, siendo trasladado al Hospital Central, donde falleció a las 15.30 horas del domingo 7 de agosto a consecuencia de un ictus apoplético, recibiendo al día siguiente cristiana sepultura en el cementerio sevillano de San Fernando. No pudo volver ni tan siquiera a su domicilio, en el número 10 de la calle Amparo, para ordenar sus cosas. Sólo atendido por sus sobrinos, se fue abandonado por sus amigos, siendo Fregenal y El Pajarero los únicos artistas que asistieron al entierro, silencio que se prolongó hasta 1982 en que, a instancias entre otros de Antonio Mairena y Manuel Centeno Fernández, se colocó una placa en la casa donde nació. Luego, en 1991, con motivo del centenario de su nacimiento, el propio Centeno le organizó unas magníficas jornadas en la Peña Torres Macarena.

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