Ante tanta embriaguez de “tomatosis” unos pocos cabales, con sensatez, mascullaban por lo bajo, no fueran a ser objeto de estigmatización o algo más, que todo el dispositivo logístico y aparato propagandista desde que se anunció la reaparición del “monstruo” volcados en exclusiva hacia su figura como único soporte de la feria, era una falta de respeto, más que ninguneo, desprecio, a las tres grandes figuras que voluntariamente se habían prestado -por un plus de honorarios y derecho al mangoneo de corrales- a hacer de teloneros.
Muchos de esos pocos esperábamos una reacción delante del toro esa tarde de víspera que entraban en turno, y lo que la mayoría guardó para la tarde del sábado (hora en el estilista para pelo, manicura, pedicura, axilas e ingles, hacer venir de Madrid al sastre de cabecera para la última prueba del terno de efemérides) otros, ilusos, lo adelantamos 24 horas en la creencia que “el toro pondría a cada uno en su sitio”.
¡Joder! Que si los puso, porque no hubo toros.
Un simulacro de corrida de Garcigrande fue la opción de gran comodidad que decidieron Ponce, El Juli y Manzanares poniendo en cuarentena la grandeza y el orgullo torero que siempre definió a una figura, más cuando les están pisoteando, sibilinamente - cierto-, esa condición reduciendo la tauromaquia al monopolio de un solo espada, por grande que éste sea.
No hubo toros, dicho está.
No se esmeraron que los hubiera, pero tampoco las figuras dieron la talla como tal con los animalejos. Como si sufrieran el síndrome del día de antes.
Ponce no se inventó, como era habitual en él, más en Valencia, un primero cruzado con burra. Sí estuvo bien en su segundo tras una larguísima faena pero se arrugó con la espada.
El Juli se entregó con un animal complicado, pero ni el torillo decía nada a los tendidos ni estos quisieron, injustamente enterarse. En el quinto, malo y peligroso, con un “imbécil” vociferando en el tendido, El Juli, extrañamente, se afligió, o mejor dicho empanó sus ideas. Y Manzanares, más sagaz, con un poco de empaque -para lo que no hace falta esconder la pierna de salida de forma tan contumaz como viciosa- y un tanto de recurso y efectismo a la hora de matar en la suerte del encuentro, consiguió cortar una oreja a cada uno, independientemente que tanto ensayar el supuesto “recibir” se le ladeara el punto de mira y las espadas entraran por la variante.
Alguien, conociendo el paño, pensará que el último cepillado de la alfombra roja sobre la que asegurar el triunfo de José Tomás en su reaparición era reventar la corrida de las figuras, artesanía en la que hay verdaderos expertos pero no hizo falta.
La corrida la habían reventado ellos, las figuras del cartel, desde que se anunciaron de tal guisa, con premeditación y, si no alevosía, sí asumiendo su condición acomodaticia propia de segundones; digamos,en época de ciclismo, los ’Poulidor’ de turno en la era Anquetil o en fase doméstica los ’Perez Francés’ de la época de Bahamontes.
Y como titula un diario, José Tomás reventó el toreo.
José Tomás es lo que es por sí mismo, un extraordinario torero.
Pero sus colegas se lo ponen más fácil que los lacayos a Fernando VII las bolas o, los medradores de la época, las truchas y los salmones a Franco.
En clave política y en Valencia: si a Camps le han arruinado su carrera tres birrias de trajes; tres de las figuras emblemáticas de la tauromaquia, y dos de ellas, de época e históricas, han despilfarrado -después de tirar del carro muchos años con temporadas de La Magdalena a El Pilar, matar de casi todo, en todas las plazas y con todos los compañeros; protagonizar gestos y gestas, heroicidades, sufrir cornadas...- una ocasión mollar ( en el lugar y fecha indicada) de callar bocas, ridiculizar el exclusivismo y su propaganda, para, ante la convulsión y confusión de la reaparición de José Tomás en plazas y carteles de perfil bajo y en temporada menguada, asir el cetro del toreo sin discusión ni debates estériles, voluntaristas, o club de fans de neoaficionados o advenedizos.
Todo por una “detritus” de corrida de toros. Escogida por ellos, si es que había alguna duda.
Es posible que lo sienta yo más, y algunos como yo, que ellos mismos.
¡Se torero y juégate la vida! Para esto.
En clave italiana: ¡Piove, porco governo! ¡grande miseria!
PD.-
Acaparado todo por la reaparición, parece que ni existió feria, ni toreros que la alimentaran por mucho que Alberto Aguilar estuviera soberbio, lo mejor del serial virtual, que José Calvo diera una gran dimensión de torero de calidad, que el hierro de La Quinta marcara el señuelo de lo que es un toro.
Efímero fue el cariño -más que reconocimiento efusivo- por Vicente Barrera, icono de la valencianía oficialista, de muy digna y densa carrera, al que facilitaron la foto íntima de recuerdo de su última tarde saliendo en hombros de un par, o tres, capitalistas, con los tendidos en diáspora.
Como desapercibida pasó la oreja de un compuesto El Cid en tan solo uno de sus toros -tampoco fue de las de enmarcar, dicha oreja-, e inédito quedó el joven Luque que, dicho sea de paso, tampoco hizo mucho por significarse. Todo con un corrida de Juan Pedro bondadosa, un punto feble, muy para estar desahogados los toreros, pero al límite de todo lo que deber ser o parecerse una corrida de toros; más en un feria preconcebidamente fantasma.
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Por Pedro Javier Cáceres. El Imparcial
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