miércoles, 12 de marzo de 2014
38 MINUTOS DE CAMARÓN
Desde muchos metros antes de llegar al local donde iba a cantar Camarón se oían las palmas y el jaleo. Los gitanos, en grupos a la puerta de entrada del local, habían organizado ya su fiesta particular. ¿Eran quienes se habían quedado sin entradas, o las tenían y estaban calentando motores a su aire? Cualquiera sabe. Desde luego, de buena fuente supe que habían limitado la venta de entradas a 1.000, para evitar tumultos, y que ante la extraordinaria demanda Camarón cantaría un día más, es decir, ayer. No sé si respetaron rigurosamente ese cupo, pero sí hubo gente que se quedó en la calle. Claro que tumulto hubo igual, aunque el dispositivo de seguridad era a la vista importante. Desde la baranda del piso superior, la pista era un mar de cabezas a razón de seis, u ocho, o más, por metro cuadrado. Un público variopinto, como era de esperar. Los gitanos no faltaban, por supuesto; ellas, guapísimas, vestidísimas, brillantísimas; y algunas con sus churumbeles, no faltaba más. El resto, gente joven de todo cariz, desde el progre más o menos discreto hasta el punky de cresta multicolor.
Hasta las once, hora anunciada para el comienzo del espectáculo, la gente estuvo bastante tranquila, con sólo los gitanos amagando su jaleo privado acá y allá. Los efluvios dulzones del porro eran cada vez más perceptibles.
A las 23.10 se empezaron a notar los primeros síntomas de impaciencia. Pero el respetable todavía estaba de buen talante y optó por las palmas a compás, que quedaron muy bien, por cierto. Cinco minutos después la cosa comenzó a ponerse fea. Una pita fenomenal, impresionante, como la que se puede llevar en el ruedo un Curro Romero en tarde de desgracia.
La larga espera
El cuarto de hora siguiente fue de bronca continuada en que hubo de todo, desde silbidos estentóreos a palmas de tango, sin olvidar los gritos y las imprecaciones de lo más airado.Y al fin salió Tomatito con su guitarra, y detrás Camarón. Eran las 23.32 en punto de la noche. Le recibió una ovación de gala, de ésas con las que se saluda la presidencia de los rockeros de postín.
Otra ovación, más bien un grito estentóreo de gusto, acogió el único anuncio que hizo en toda la noche: "Voy a cantar por soleá, por bulerías, y luego todo lo que queráis". El cantaor de la Isla mentía como miente siempre, porque él sabe muy bien que habitualmente no canta más de 40 minutos, canta lo que quiere -casi siempre lo mismo, alegrías, soleares, tangos, bulerías, fandangos-, y se mete sin atender los requerimientos del respetable, que quisiera oírle mucho más.
En Rock Club cantó, exactamente 38 minutos. Hubo quien quiso oírle casi en trance de misticismo, como los fanáticos fundamentalistas islámicos pueden oír al ayatolá Jomeini, que les ordena matar a Rushie en un ambiente así es muy difícil, yo diría imposible, el sílencio en que se debe escuchar el cante. No fue posible; pese a lo cual a Camarón se le jaleó y ovacionó constantemente. Su público le concede, incondicionalmente, bula de santidad flamenca. Nadie antes que él, en el arte jondo, gozó de una tal afección.
El mito
Pero, ¿a todo esto, cómo cantó Camarón? Bueno, eantó bien, pero no fue una noche memorable. Tampoco para correrle a gorrazos o meterle preso. Cantó bien. Se entregó, evidentemente, y a veces tuvo esas genialidades suyas, los quiebros de sabor flamenquísimo, ese desgarro de increíble belleza, el romper la voz a tumba abierta.Pero el ambiente, lo repito, no permitía exquisiteces así, y lógicamente el cantaor no las prodigó. Un constante ruido de fondo, la gente que no se callaba, gritos, imprecaciones: "¡Ya me puedo morir tranquila, Camarón, hijo!". "¡Vamos -a escuchar, hombre!". "¡Monstruo, que eres un monstruo!". "¡Callarse, coño!"...
Cualquier parecido con la audiencia que exige el cante flamenco fue pura coincidencia. Por añadidura, el sonido era de verbena. Nuestra obligación de cronistas es dar testimonio de que Camarón de la Isla tuvo un éxito clamoroso. Los mitos son intocables para el gran público. ¡Qué le vamos a hacer!
Angel Alvarez Caballero. 18 de marzo de 1989.
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